El 9 de junio, tras navegar por el estuario de La Gironde, el barco sale a mar abierto. «El paquebote de los Mares del Sur» es un navío de medio tonelaje, con tres mástiles, que transporta mercancías y pasajeros, con una dotación de 21 tripulantes, entre ellos el hijo del capitán, de la misma edad que el joven Charles. En el paquebote viajan el matrimonio Delaruelle, comerciantes, los oficiales franceses Melly, Beritault y Descombres, y dos criadas.
Aupick confía en el beneficio del alejamiento.
Año y medio lejos de las malas influencias y costumbres de París. Ese viaje lo hará ver un mundo distinto, creará en Charles nuevas ilusiones y aspiraciones. Volverá hecho un hombre sensato, olvidada esa absurda pretensión bohemia de convertirse en artista.
Hombre honrado, alegre e inteligente, así nos lo retrata la esposa del general, y acostumbrado al trato con todo tipo de gentes, y con saberes muy diversos después de cincuenta años en el mar, el capitán asumió desde el primer día de navegación el encargo extra de convencer al joven rebelde, y le entraba en conversación con cualquier motivo. Charles era un muchacho muy instruido, de gran capacidad intelectual y admirables dotes de observación que siempre se mostró educado con él, pero enseguida comprendió que no había manera de hacerlo desistir de su amor por la literatura y de convertirse en escritor. Donde habían fracasado sus padres, no iba a triunfar él. El muchacho no hablaba con nadie más. Desde el primer momento marcó distancias con los demás pasajeros y con la tripulación, que no acertaban a comprender cómo un joven de 20 años podía tener ideas tan erróneas y expresiones tan agrias sobre las instituciones que fundamentan una sociedad.
Aislado por completo, ensimismado, con la cabeza metida en los libros, escribiendo a ratos, o contemplando con desgana el mar o las costas africanas, el joven fue cayendo en una visible tristeza y el capitán temió que fuese atacado por el mal de la nostalgia, del que había visto funestas consecuencias en más de una ocasión.
El capitán llevaba en la mano un fusil. Se acercó al joven y le señaló las aves con el arma.
Los albatros son las aves de Diomedes, un rey griego que combatió en Troya. Después de destruir la ciudad llegó a Argos en cuatro días sin haber perdido un solo hombre. Diomedes es el buen marinero, el que cruza el mar rápido y seguro. Su nombre, formado con Zeus (dios) y médomai (crear, asesorar), significa el que tiene el pensamiento divino, el consejero de los dioses.
Saliz apuntó a uno de los albatros que en ese momento sobrevolaba el palo mayor. El pájaro agitó sus alas pero no pudo evitar acabar en la cubierta de popa, amortiguada su caída por los cordajes y las velas. Un rasguño apenas en una de sus alas.
Al oír el disparo, acudieron los marineros y enseguida formaron círculo alrededor del pájaro, que no hacía amago de emprender el vuelo ni de huir, sino que miraba como extrañado la barrera de hombres que lo rodeaba y daba unos pasos torpes al tiempo que sus alas extendidas arrastraban por las tablas. Un magnífico ejemplar de más de 3 metros de envergadura.
Uno de los marineros le ató una pata con una cuerda y así estuvo unos cuantos días cautivo en la cubierta. Los marineros se divertían con él, lo acosaban, uno lo agarraba por el pico y le echaba una bocanada de humo de la pipa que estaba fumando, otro lo empujaba con el pie para que el pobre pájaro tratara de andar y se enredara con sus propias alas, otro daba camballadas imitando los andares del albatros, con los brazos extendidos a los lados, al tiempo que graznaba. Todos jaleaban y se partían de risa. Hasta que se acabó la diversión. Y el pájaro. Para la comida de celebración del paso del Ecuador, el cocinero preparó con él un magnífico paté.
Charles escribió en su cuaderno unas líneas con la historia del albatros.
A finales de agosto, tras una fuerte tormenta frente al cabo de Buena Esperanza, que zarandeó violentamente el barco durante cinco días seguidos ‒el joven Baudelaire, para sorpresa del capitán, colaboró con la tripulación en mantener equilibrado el navío después de que perdiera uno de los mástiles‒, «El Paquebote de los Mares del Sur» arribó a Port Louis, en la isla Mauricio, donde permaneció dos semanas y media en reparación. Alojado con otros pasajeros en el único hotel de Port Louis, Charles Baudelaire conoció por mediación del capitán Saliz a la familia de Adolphe Autard de Bragard, abogado y juez, propietario de una plantación de caña de azúcar en Terre Rouge, al norte de la isla. Los Bragard, criollos de origen francés, pertenecían a la élite social de la isla. Adolphe Bragard estaba casado con Emmeline Carcenac, que a sus 24 años encandiló con su belleza y su porte al joven rebelde parisino aprendiz de poeta inspirándole un elogioso soneto.
El paquebote zarpa de isla Mauricio el 18 de septiembre y fondea ese mismo día en la cercana isla Bourbon, donde Baudelaire espera embarcar de vuelta a Burdeos. Qué fue de él en este tiempo, desde el 19 de septiembre hasta el 4 de noviembre, cuando embarca en el «Alcide», es cuestión no averiguada aún, sujeta a rumores, suposiciones y testimonios cuestionables. Juliette Javerzac-Saliz, nieta del capitán Saliz, afirma que Baudelaire se enamoriscó de una hermosa quinceañera, una de las siete hijas de una familia de plantadores de caña; y que la muchacha se fue a vivir con su familia a Salazie, a donde la siguió Baudelaire, que se alojó con una mulata con la que no mantuvo relación sentimental. Otra versión parecida, esta vez en boca de Théodore de Banville, amigo de Baudelaire, lo sitúa en las montañas viviendo con una muchacha de color, muy joven y alta, que no sabía francés y que le hacía guisos extrañamente condimentados en un gran caldero de cobre, mientras alrededor del fuego gritaban y bailaban jóvenes negros desnudos. Esa mujer negra es identificada por algunos eruditos con la protagonista de «La bella Dorotea», uno de los poemas en prosa de El spleen de París. Hubo incluso quien habló del escándalo de los clientes del Hotel Europa al ver en una ocasión al joven poeta desnudo por los pasillos, y quien recordó a un tío abuelo llamado Charles, cuya madre acogió durante un tiempo a un poeta francés en el barrio del Grand Bois, junto a la fábrica de azúcar de la isla Bourbon, o quien fomentó la leyenda de que Baudelaire no bajó del barco en aquellos 45 días, como él mismo declara a su amigo Leconte de Liste, que había nacido precisamente en Bourbon: «Nunca he puesto un pie en vuestra caja de mosquitos, en vuestra percha de loros. He visto de lejos las palmeras, palmeras, palmeras, azul, azul, azul».
Antes de que «El Paquebote de los Mares del Sur» saliera de isla Mauricio hacia Bourbon, el joven Charles había conseguido la palabra del capitán Saliz de que lo dejaría volver a París. El mes y medio en Bourbon, bajara o no del barco, fue simplemente un tiempo a la espera de un barco que lo devolviera lo antes posible a Francia. La oportunidad se le presentó con el «Alcide», que abandonó la isla de Bourbon el 4 de noviembre y lo dejó en Burdeos el 16 de febrero de 1842. Unos días después, Charles Baudelaire recupera los bulevares y cafés de París.