sábado, 9 de octubre de 2010

El "Yo pecador" del artista



Qué penetrantes son los atardeceres de otoño. ¡Ay! penetrantes hasta el dolor, porque hay deliciosas sensaciones cuya imprecisión no excluye la intensidad; y no hay punta más acerada que la del Infinito.

Qué gran delicia perder la mirada en la inmensidad del cielo y del mar. Soledad, silencio, incomparable pureza del azul, una pequeña vela agitándose en el horizonte, que por su pequeñez y su aislamiento semeja mi irremediable existencia, monótona melodía de la marejada, todas las cosas piensan por mí, o yo pienso por ellas (pues en la grandeza del sueño, pronto se pierde el yo); piensan, me digo, pero musicalmente, y a su manera, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones.

Sin embargo, estos pensamientos, que surgen de mí o que nacen de las cosas, pronto se hacen demasiado intensos. La energía en la voluptuosidad crea un malestar y un sufrimiento positivo. Mis nervios, demasiado tensos, solo producen vibraciones agudas y dolorosas.

Y ahora la profundidad del cielo me consterna, me irrita su nitidez. La insensibilidad del mar, la inmutabilidad del espectáculo me sublevan. ¡Ay! ¿Hace falta sufrir eternamente, o eternamente huir de lo bello? Naturaleza, encantadora sin piedad, rival siempre victoriosa, ¡déjame! Deja de tentar mis deseos y mi orgullo. El estudio de la belleza es un duelo en que el artista grita de espanto antes de ser vencido.

martes, 5 de octubre de 2010

La desesperación de la vieja



La arrugada viejecilla se sentía muy contenta cuando veía a un hermoso niño a quienes todos hacían fiestas, a quien todos querían agradar; una preciosa criatura, tan frágil como ella, la viejecilla, y, como ella, sin dientes y sin pelo.

Y se le acercó, queriendo hacerle risitas y mimitos.

Pero el niño, asustado, se agitaba con las caricias de la pobre vieja decrépita y llenaba la casa con sus llantos.

Entonces la pobre vieja se retiró a su eterna soledad, y lloraba en un rincón diciéndose: “¡Ay, para nosotras, desgraciadas hembras viejas, ya pasó la edad de resultar agradables, incluso a los inocentes; y le damos miedo a las criaturas a las que queremos dar cariño!”

viernes, 1 de octubre de 2010

El extranjero



—¿A quién amas sobre todas las cosas, enigmático hombre, dime, a tu padre, a tu madre, a tu hermana, o a tu hermano?

—Yo no tengo padre, ni madre, ni hermana, ni hermano.

—¿A tus amigos?

—Usas una palabra cuyo sentido me es desconocido hasta ahora.

—¿A tu patria?

—No sé en qué latitud se encuentra.

—¿La belleza?

—Con gusto la amaría, diosa e inmortal.

—¿El oro?

—Lo desprecio, como tú desprecias a Dios.

—Enconces, ¿qué amas, extraño extranjero?

—Amo las nubes... las nubes que pasan... por allí... por allí arriba...¡las maravillosas nubes!