jueves, 29 de abril de 2021

La señorita Grete (4)


Imagen: Giorgio Zampa, Rilke, Kafka, Mann. Letture e ritratti tedeschi
(1968)


4    Florencia 1936 - 1940


Después de la escena del “tribunal en el hotel”, Kafka le envía a Grete una última carta (15 octubre 1914), en la que confiesa que no la odia ni le guarda rencor por haberle enseñado a Felice aquellas cartas, y que comprende su papel acusador, porque él mismo también era su propio juez aquella mañana y se considera culpable. Acaba así una intensa relación de nueve meses. Las últimas alusiones ‒si es que ese “Bl.” se refiera a ella‒ , aparte de alguna mención muy esporádica y formal en sus cartas a Felice ‒con la que había reanudado la relación y los planes de boda‒ , las encontramos en dos breves anotaciones de sus diarios, en 1922. En la primera leemos: “Histeria (Bl.) que me golpea y que, por razones desconocidas, me hace feliz”. En la segunda: “Ayer, noche fracasada, hoy, perdida (?). Dura jornada. Ensueños referidos a Bl. También, más angustiosos, a Milena” (Diarios, 683). ¿Se vieron Kafka y Grete Bloch en Praga en marzo de 1922? No se sabe.

Desde diciembre de 1915, Grete Bloch trabaja en Berlín como secretaria personal de Julius Golsdschmidt, propietario de una próspera empresa de ingeniería industrial, creadora del sistema ADREMA de almacenamiento y clasificación mecánica de la información, que enseguida adoptaron los organismos municipales, oficinas de correos, casas de seguros y bancos, y pronto aportó grandes beneficios económicos. Grete vivía en Charlottenburg, un barrio elegante, en un apartamento grande y lujoso, donde celebraba reuniones con gente bien y organizaba conciertos con solistas famosos. Sus mejores años. Sólo una íntima insatisfacción: no encontraba al hombre de su vida.

Imagen: FLUXUS 20 - Geteilte Post: FRANZ KAFKA an GRETE BLOCH

https://www.youtube.com/watch?v=dVxIwnu4bmw


Franz Kafka muere en el sanatorio de Kierling (Austria) el 3 de junio de 1924. Para entonces, Felice Bauer se había casado con Moritz Marasse, apoderado de banco, y tenía dos hijos; y Grete Bloch se había convertido en gerente ejecutiva de la empresa de Goldschmidt. Ambas mantuvieron relación en Berlín hasta que el ascenso y llegada al poder del partido nazi las obligaron a abandonar Alemania. Felice Bauer lo hizo en 1930 y se trasladó con su familia a Ginebra. Grete Bloch, tras la ley de expropiación de empresas judías, promulgada en 1934. En compañía de su jefe se trasladó también a Suiza y se establecieron en septiembre de 1935 en Zúrich, donde ella dio los primeros pasos para reorganizar y relanzar la empresa, proyecto interrumpido por la muerte de Goldschmidt en febrero de 1936. Grete Bloch visita entonces a su amiga Felice en Ginebra, pasa un tiempo con ella y le entrega buena parte de las cartas que le envió Kafka. Cuando Felice, su marido y sus hijos abandonan Europa con destino a Estados Unidos, Grete viaja a Palestina, se encuentra con su hermano Hans, busca trabajo y solicita el permiso de residencia, que le es denegado por su antisionismo. Regresa entonces a Europa y se establece en Florencia.

Durante su estancia en la capital toscana, decide mover papeles para salir de Italia, cada día más inhóspita para judíos apátridas como ella. Intenta primero obtener visado para Inglaterra y establecerse en Londres, donde ve posibilidades de encontrar un trabajo acorde con su experiencia profesional, pero los formularios y la solicitud han de redactarse en inglés, idioma que desconoce, por lo que necesita de alguien que los traduzca, y hace correr la voz entre sus amistades. Así conoce al doctor S., un alemán que llevaba muchos años viviendo en Florencia. Cuando éste la visitó por primera vez en la pensión Jennings-Riccioli, en la ribera del Arno, se encontró a una mujer menuda, avejentada, aunque solo tenía cuarenta y seis años, pálida, consumida por el agotamiento nervioso y por la adicción a la nicotina (150 cigarrillos al día): “Tuvo la impresión de tener delante a una criatura acabada”, escribe Giorgio Zampa en 1954[1]. La Bloch consiguió el visado para Inglaterra en el verano de 1939, pero con el inicio de la guerra el 1 de septiembre el proyecto se fue al garete. Más tarde, a través de un amigo de nombre Ernst, intentó conseguir una visa para Chile, que no le fue concedida.

Imagina uno el varapalo, el dolor de quien ha tenido que abandonar su trabajo, su tierra, desprenderse de su casa, de sus muebles, sus libros y sus trajes elegantes, de sus amigos, convertirse en fugitivo y llegar a otro país, comprobar que de pronto todo se tuerce y todos los planes se van a pique, es una fugitiva sin patria, que no tiene dónde ir. Su mundo se hunde, ya no es ella quien gobierna el timón, el barco hace agua y va a la deriva de los acontecimientos, de la fanática persecución nazi, de la guerra que todo lo trastoca y lo destruye. Decir inquietud, angustia, pesadumbre, es poco. ¡Pobre Grete!

Pese a todo, trata de adaptarse a las circunstancias. Se relaciona con la colonia de exiliados alemanes, asiste a conciertos, lee, pasea, hace excursiones a las afueras, escribe a sus amigos, y traba especial amistad con el doctor S. y con la señora Heinitz ‒Maria Pia Tommasi, de familia noble venida a menos‒, casada con Ernst Heinitz, berlinés de nacimiento, que abandonó Alemania en 1933, profesor de Derecho en la Universidad de Florencia.

En el Archivo de Marbach se conservan tres cartas de Bloch a un amigo de la infancia en Berlín, el músico Wolfgang Schocken. En la tercera, escrita el 21 de abril de 1940, leemos:

“Tu fuiste el primero en verme en Praga, angustiada, oprimida por terrores premonitorios. Entonces tu música, en la habitación en desorden de tus amigos, y aquellos cortos paseos por la ciudad mágica, que amaba más de lo que tú suponías, me ayudaron a superar terribles ansiedades. Visité la tumba del hombre que había significado tanto para mí, que murió en 1924, cuyo arte sigue siendo admirado hoy día. Él era el padre de mi hijo, que murió súbitamente en Múnich en 1921, al cumplir los siete años. Lejos de mí y de él, de quien había tenido que separarme durante la guerra, para no volver a verlo, salvo unas cuantas horas, pues murió en su tierra natal víctima de una enfermedad mortal. Nunca he hablado de esto. Creo que es la primera vez que le cuento esta historia a alguien. Ni mi familia ni mis amigos lo sabían, nadie, excepto mi último jefe, que fue tan amable conmigo, tan comprensivo y tan exquisitamente discreto. Perdí mucho, lo perdí todo cuando este hombre murió en 1936. Pero ahora estas cosas no me afligen tanto porque ellos se han salvado de los sufrimientos de estos tiempos”.

La fecha de la visita a Praga y el reencuentro con su amigo músico “se sitúa ‒afirma Max Brod‒ a la sombra de la toma del poder por los nazis en Alemania”, tras las elecciones del 31 de julio de 1932, lo que justifica la angustia y las terribles premoniciones de Bloch.

No se nombra a Kafka, cierto; dos datos apuntan a él ‒murió en 1924; su arte sigue admirándose hoy‒, pero no el tercero ‒el autor de La metamorfosis no murió en su Praga natal, como sugieren sus palabras, sino en un sanatorio austriaco‒, ni el cuarto: el inicio de la Primera Guerra Mundial (28 de julio de 1914) no fue el desencadenante inmediato del distanciamiento entre Franz Kafka y Grete Bloch, sino el famoso “tribunal en el hotel”, celebrado el 12 de julio. Por otra parte, Kafka y Bloch se reencontraron, junto con Felice y Erna Bauer, en Bodenbach (Suiza bohemia) el 22 y el 23 de mayo de 1915. Prendamos, pues, con alfileres ese “de quien me había tenido que separar durante la guerra”, y subrayemos con la sombra de la duda la confesión a Schocken de que es la primera vez que habla del hijo habido con aquel hombre, porque ella misma se desdice en las líneas siguientes al reconocer que sí, que a su anterior jefe, Julius Goldschmidt, le había hablado del asunto, lo mismo que a la señora Heinitz y al doctor S., quienes recordaban haber visto fotografías de Grete con el supuesto hijo del escritor, aunque no se interesaron mucho, bien porque el reconocimiento de Kafka no era entonces tan internacional como en nuestros días, y solamente era conocido por lectores en lengua alemana, bien porque en aquellos tiempos todo el mundo tenía su propio drama que contar y estaba saturado de sufrimientos propios y ajenos.

En el verano de 1940, cuando Italia entra en guerra al lado de Alemania, Mussolini endurece las leyes raciales, que permiten arrestar a todos los varones judíos, italianos o extranjeros, comprendidos entre los 18 y los 60 años, y trasladar a mujeres y niños a centros de internamiento pequeños y aislados. Así llegó Grete Bloch al pueblo de San Donato Val di Comino, en la provincia de Frosinone, unos 130 kilómetros al sur de Roma. Antes de ese traslado, Grete, temiendo lo peor, deja a una amiga ‒¿la esposa de su profesor de italiano?‒ las últimas cartas que conserva de Franz Kafka, que llegan finalmente a manos de Maria Pia Tommasi [2], quien solo permitió consultarlas al especialista Hans-Gerd Koch para su edición ‒28 cartas a Grete Bloch‒ a cargo del Archivo de Marbach en 2011. Los caminos del azar son inescrutables. Esas 28 cartas, en manos privadas e ignorado paradero durante años, pasaron finalmente a ser propiedad de la Fundación Wiedeking, de Stuttgart, fundada por un antiguo directivo de la casa Porsche. Otro misterio kafkiano. No menor que el del supuesto hijo.

***
1 Giorgio Zampa, Rilke, Kafka, Mann. Letture e ritratti tedeschi. De Donato editore, Milano, 1968, p. 74.

2 El matrimonio Heinitz pasó a la clandestinidad en 1943 y ayudó a numerosos judíos a pasar a Suiza proporcionándoles falsos papeles de identidad. Las 28 cartas se pueden leer hoy en el volumen de las obras completas de Kafka, Cartas. 1900–1915, bajo la dirección de Jordi Llovet, editado por Galaxia Gutenberg en 2018.


viernes, 23 de abril de 2021

Libros


Todo nace en silencio.

Desde los más antiguos
emerge limpio el río de tu infancia,
el primer cajón abierto en secreto,
una sierra con cuevas
para brujas con escoba, y un triciclo.
Unos guardan la luz
de una mañana de abril
con olor a jaras y madreselva,
a ropas de domingo.
En otros parpadean
luces melancólicas de noviembre,
los semáforos de la soledad
y los catorce años.
Recuperas con otros
el billete de un autobús del barrio
o el comienzo de un poema que nunca
has podido acabar.

Memoria tuya son
y de todas las vidas que has vivido
asomado a sus ventanas.
Has viajado con ellos
desde Ispahán a la Patagonia,
has surcado los mares
en busca del sentido de la vida,
has tratado con viejos
pescadores, espías, bucaneros,
has desplegado mapas,
el plano de una isla,
de ciudades y laberintos de arena.
Has conocido de primera mano
el deseo festivo de los sátiros,
el latido del corazón de un héroe,
el frenesí de alimañas que anida
en el pecho de los traidores.
Has recorrido el atlas a caballo,
en fiacres y diligencias atestadas,
en globo y bergantín,
en tranvías amarillos y en trenes
que rasgaban la niebla
y te dejaban en una ciudad perdida.
Selvas, lagos, desiertos,
llanuras heladas, barrios obreros,
oficinas con olor a tabaco
y castillos en brumas,
tabernas y prostíbulos,
puertos y palacios cardenalicios.

Todos los paisajes, todas las lenguas,
todos los dioses.
Todo vuelve al silencio
cuando dejas el libro en el estante.
Como los besos o los atardeceres,
nunca un libro es igual a otro,
tampoco el mismo libro
cuenta idéntica historia
al cabo de los años,
igual que tú, siempre
el mismo, siempre otro.
Igual que tú, los libros
tienen sus cicatrices,
las heridas del tiempo,
que los vuelve amarillos, quebradizos,
como el pétalo seco
de un amor olvidado entre sus páginas.
Con ellos levantas muros de papel,
torres que te protegen,
donde hallas consuelo
y te redimes de la realidad
y la melancolía.
En silencio esperan pacientes verse
de nuevo en tus manos
y reverdecer las vidas, las voces,
los paisajes, los sueños.

Eres lo que has leído.

(Del libro A destiempo. Páginas de un lector, 2009)



martes, 20 de abril de 2021

Rosas


Breve el vivir:
abrirse y caer
pétalo a pétalo.


lunes, 19 de abril de 2021

La señorita Grete (3)


ozTypewriter blog


Su vida fue como su literatura. Complejas las dos. FK fue un desubicado, un expulsado del paraíso, situación que él mismo busca, que a la vez arrastra un intenso y profundo dolor acompañado de un torturante sentimiento de culpa. Un desubicado ante la familia, de la que reniega pero de la que no puede prescindir, como prueba el hecho de que viviera con sus padres hasta los cuarenta años. Desubicado ante el trabajo, que considera la peor condena de su vida, pero que no es capaz de abandonar para vivir como escritor. Desubicado ante la sociedad y la cultura checas, ante la propia lengua: K es un escritor checo educado en la lengua, la cultura y la literatura alemanas. Ante la comunidad religiosa: se confiesa ateo, admira y al mismo tiempo siente asco por el sionismo, pero intenta aprender hebreo y se interesa por la literatura yiddish. Ante los demás hombres, como individuo marcado por la enfermedad. Ante la literatura de su tiempo: K es una manera nueva de entender y crear literatura. Desubicado también ante las mujeres, con las que nunca mantuvo, con excepción de Dora Diamant, una convivencia cotidiana. Kafka fue ante todo un amante postal, es en sus cartas donde sabe expresar lo que siente por ellas. Las convierte en literatura y solo desde la literatura es capaz de comprenderlas, de amarlas, de mantener con ellas una relación más o menos estable. Esa conversión de la amada en literatura, lleva aparejada la idealización, y es en ese ámbito de la ficción ‒no en el de los encuentros personales‒, en el que el amante Kafka se siente realmente vivo, capaz de amar y de la mayor sinceridad.

Posible podría haber sido la existencia de una relación erótica entre Kafka y Grete Bloch, pero imposible nos parece a la vista de lo que leemos en las cartas y en los testimonios conservados. Por otra parte, tenemos a Kafka por hombre sincero y no creemos que ocultara en sus cartas y en sus diarios una experiencia de ese tipo, como no ocultó la fugaz y honda pasión por Gerti Wasner o por otras mujeres.

Cada uno de los protagonistas de este drama sentimental vive una intensa tormenta interior. En la primavera y comienzos del verano de 1914, superada la crisis que se inició en septiembre del año anterior, Felice prosigue con los planes de boda ‒visita en Praga a la familia Kafka, buscan piso y muebles, fijan la ceremonia para septiembre‒, lo que supone despedirse de Berlín y de su vida anterior. Está dispuesta al sacrificio por amor, pero le inquieta el futuro: conoce muy bien la postura de su prometido ante la vida en pareja, sus problemas de salud, sus altibajos anímicos, le preocupa no ser capaz de soportarlos y que su matrimonio se malogre.

La señorita Bloch briega también con lo suyo. En ningún momento olvida la confianza de Felice al encomendarle la mediación, pero se siente abrumada ‒¿o quizá culpable?‒ por el interés que él le muestra en sus cartas. K insiste en encontrarse con ella a solas donde sea: “si me quedo por Pascua en Praga, tendremos que vernos, sea en Viena, sea en Praga, sea en cualquier lugar a medio camino, en los bosques de Bohemia o en otro sitio”, le escribe el 9 de marzo; tres días después repite su deseo: “encontrarnos el sábado hacia el anochecer en algún lugar a medio camino y pasar el domingo juntos, en el caso de que tenga usted ganas. ¿Le gustaría? A mi mucho. Dígame algo. Repasaremos entonces el horario de trenes y buscaremos un lugar bonito”. Por diversas razones, ese encuentro a solas nunca se produce.

Es posible que Grete se haya hecho ilusiones con K, sobre todo si se rompiera el noviazgo entre él y su amiga, pero al ver que la cosa se arregla ‒la reconciliación es en parte consecuencia de su tercería‒ y que siguen adelante los planes de boda, decide hacerse a un lado, no interferir y desaparecer de sus vidas. Surge esta suposición al leer unas líneas de la carta del 15 de abril ‒“No debe abandonarme, eso sería absolutamente inadmisible, y yo no lo toleraré. Tampoco existen motivos para ello”. (C, p. 772)‒, que sugieren la negativa de Grete Bloch a seguir su relación con Kafka y su intención de no asistir en Berlín a primeros de junio a la celebración del compromiso de boda.

Grete Bloch es otra amada de papel, a la que solo ha visto en dos ocasiones, al principio y al final de los nueve meses escasos que dura su relación epistolar. En esa construcción literaria, Felice representa el principio de realidad, el materialismo de la vida burguesa, el matrimonio y la familia, los valores tradicionales, conservadores, mientras que Grete es el espíritu rebelde y rompedor, anticonyugal, la figura de la amante apasionada en este adulterio de papel. Le sigue el juego a Kafka, y quizá hubiera llegado más lejos en otras circunstancias, hasta que es consciente de que no puede traicionar a su amiga, y viendo que él insiste, incluso con ideas descabelladas ‒“hemos decidido, y no va a poder oponerse a ello que, cuando estemos casados, vendrá a vivir con nosotros durante un periodo largo [...] Si al final alquilo el piso mencionado en la última carta, tendremos espacio suficiente(C, 801)‒ decide sincerarse con su amiga y descubrirle el doble juego de Kafka.

El 11 de julio de 1914, Franz Kafka viaja a Berlín, quiere hablar con Felice para aclarar dudas. Se aloja de nuevo en el Askanischer Hof, y queda citado con ella al día siguiente por la mañana. Llegada la hora, aparece en el salón del hotel Felice acompañada de su hermana Erna y de Grete Bloch. Franz Kafka llama a esta escena “el tribunal en el hotel”, porque en un juicio con víctima, fiscal, acusado, pruebas, juez y condena se convierte el encuentro. Unos días antes, la señorita Grete le ha enseñado a Felice aquellas cartas en que K le confesaba sus dudas y opiniones respecto al matrimonio. Felice se muestra elocuente y contundente en sus argumentaciones. Kafka calla. No se defiende. Apenas se explica. Todos, incluso los padres de Felice, sabían de su aversión a casarse y crear una familia. De su necesidad de escribir antes que de amar. Felice anula el compromiso. Adiós, Franz.

Así lo cuenta él en su diario: “El tribunal en el hotel. La ida en el coche de caballos. La cara de Felice. Se atusa el pelo con las manos, se limpia la nariz con la mano, bosteza. De pronto reacciona, dice cosas bien pensadas, largo tiempo guardadas, hostiles […] En casa de sus padres. Unas cuantas lágrimas de su madre. Recito la lección. Su padre lo comprende correctamente desde todos los puntos de vista […] Me dan la razón, contra mí no cabe decir nada, o no mucho. Diabólico con toda inocencia. Aparente culpa de la señorita Bloch”. Y meses más tarde, en la última carta a Grete, donde reconoce su culpabilidad: “Dice usted que la odio, pero no es verdad. Aunque todos la odiasen, yo no la odio, y no solo porque no tengo derecho a hacerlo. Usted se sentó como juez ante mí en el Askanischer Hof, fue aborrecible para usted, para mí, para todos, pero sólo se veía así, en realidad yo estaba sentado en el lugar de usted y hasta hoy continúo sentado en él”.

Franz Kafka y Grete Bloch se encontraron casi un año después, el fin de semana del 22 y el 23 de mayo de 1915, cuando ella organizó el encuentro de Kafka con Felice, al que también se unió Erna Bauer. Desde Bodenbach, en la Suiza bohemia, los cuatro enviaron una postal a Ottla. Aparte de alguna vaga y lacónica alusión en los diarios y en las posteriores cartas a Felice, nada más sabemos de Grete Bloch por los escritos de Franz Kafka. 

jueves, 15 de abril de 2021

Obstrucción // Fluidez

Hace exactamente un año, en la entrada titulada «El nombre de la enfermedad», usé por primera vez el compuesto covidiotas, que le había escuchado a unos periodistas radiofónicos, como ejemplo de la rapidez con que nuestra lengua iba reflejando su vitalidad y sus nuevas necesidades expresivas relacionadas con el maldito virus de Wuhan y la COVID-19, y ayer mismo podíamos leer en El País que esa palabra se había incorporado al diccionario histórico de la RAE. Es lamentable que la pandemia siga en expansión, como también que siga habiendo idiotas negacionistas: ¿erradicaremos algún día la estupidez del ser humano?

Las investigaciones sobre la reacción de nuestro organismo a las vacunas contra el coronavirus han puesto en el foco léxico dos términos médicos como coágulo y trombo, que merecen unos minutos de atención.

La etimología, como es tan frecuente en español, nos lleva a nuestras dos lenguas clásicas por excelencia, el latín y el griego. Los antiguos romanos se servían del verbo CŌGO con el sentido de empujar, impeler hacia un lugar, reunir, concentrar, juntar en un punto, conceptos que podían referirse tanto a personas (cogere turbam ad merces emendas, ‘reunir a la muchedumbre para comprar mercancías’), como a animales (pecudes stabulis cogere, ‘recoger el ganado en los establos), como a las nubes, los vientos y las lluvias (caelum hoc in quo nubes, imbres ventique coguntur, ‘este cielo, en el que se juntan las nubes, las lluvias y los vientos). También usaban el mismo verbo para indicar que la leche se ponía espesa, pastosa: cogere lac in duritiam, ‘cuajar la leche’.

De ese verbo con sentido acumulativo proceden por derivación el verbo CŎĀGŬLO y el sustantivo CŎĀGŬLUM, madre de gemelos, es decir, de un doblete léxico, uno culto, tomado de los escritos ‒coágulo‒, y otro que entró por la vía popular, oral: cuajo. Y por ahí se entenderá, sin necesidad de ser médico, que mala cosa es que se cuaje o espese la sangre, o que se le formen grumos, pues si el rojo fluido no discurre con liquidez tendremos un serio problema de salud.

Cuando los griegos de la Antigüedad veían un montoncito de tierra en el suelo ‒la entrada de un hormiguero, por ejemplo‒, un otero o una pequeña colina, o sea, un cúmulo que interrumpía la continuidad de lo llano, lo llamaban θρóμβοσ (trómbos), que es otra de las palabras que los médicos usaron para llamar a lo que impedía la fluida circulación de la sangre por haberse formado un cúmulo obstructivo, un trombo.

Gracias a la intensa farmacovigilancia impuesta por la pandemia coronavírica, se están estudiando minuciosamente los “eventos trombóticos infrecuentes”, es decir, los raros casos de trombosis supuestamente vinculados con las vacunas anti-covid19.

En relación con estos peligrosos procesos de coagulación sanguínea, he encontrado estos días las palabras trombocitopenia ‒una policomposición de tres lexemas de origen griego: trombo + cito (célula) + penía (carencia)‒ , indicadora de un bajo número de plaquetas, que son las células especializadas en la coagulación, y la parasintética hipercoagubilidad ‒prefijo + lexema + sufijo‒, equivalente a la trombofilia o facilidad para generar trombos.

Estamos, pues, ante dos familias léxicas obstructivas, semánticamente emparentadas ‒trombo, coágulo‒, que apuntan a conceptos y procesos negativos, perjudiciales para el natural flujo o discurso de la vida, así que mejor que obstaculizar propósitos, que amordazar bocas y reprimir sentimientos o impedir actuaciones, busquemos siempre la fluidez de las ideas, de las emociones, de las palabras. 

sábado, 10 de abril de 2021

La señorita Grete (2)

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2 Una muchacha delicada, joven y, sin duda, algo peculiar


En la tarde del jueves 30 de octubre de 1913, mientras se encamina al Schwarzes Ross, FK va pensando en su situación con Felice. No confía en que hablar con una desconocida ayude. Se conoce, no es buen hablador, no cree que una conversación le aclare sus sentimientos ni sus propósitos, pero se deja llevar. Trata de imaginar también el aspecto de la mujer que lo ha citado en nombre de Felice y hace su composición: una señora mayor, alta, recia, comprensiva y razonable como una madre. Pero se encuentra a una delicada joven de 21 años, como su hermana Ottla ‒él había cumplido ya los 30‒, vestida a la moda, resuelta, de viva conversación, con “algo peculiar” que lo atrae desde el primer momento.

En el Archivo de Literatura Alemana de Marbach se conserva una fotografía de Grete Bloch con un vestido blanco, artísticamente sentada en las ramas de un árbol que muestra sus primeras hojas primaverales, en correspondencia sin duda con las 15 o 16 primaveras que ella tendría entonces. Se la ve con un peinado eduardiano, el rostro ovalado, con unos ojos oscuros, de mirada limpia y directa, algo seria, como la sonrisa insinuada apenas en la línea recta de los labios. Imagen romántica de una linda adolescente, despierta y con ganas de vivir.

FLUXUS 20 - Geteilte Post: FRANZ KAFKA an GRETE BLOCH

https://www.youtube.com/watch?v=dVxIwnu4bmw



Después de cinco años, primero en Fráncfort y luego en Berlín, como estenotipista y experta en el manejo de las nuevas máquinas de oficina, Grete Bloch decide aventurarse y probar suerte en el extranjero con la firma Sucesores de Joe Lesti, que llevaba la representación de Elliott-Fisher en Viena. Antes de incorporarse a su nuevo puesto en la capital austriaca, la joven secretaria pasa el fin de semana en Praga para mediar en la relación sentimental de su amiga Felice con ese desconcertante novio bohemio.

Hija de Jenny Meyerowitz y de Luis Bloch, agente comercial, Margarethe Bloch había nacido en Berlín el 21 de marzo de 1892. Tras la enseñanza elemental pasó por la escuela Lette-Verein, de formación profesional para niñas, y luego por la Academia de Comercio Solomon, donde obtuvo el título de estenotipista, que le valió para encontrar su primer trabajo a los dieciséis años en la empresa Unionzeiss, fabricante de mobiliario de oficinas, archivadores y librerías. Grete tenía un hermano, Hans, un año mayor que ella, sionista activo, a quien pagó los estudios de Medicina. Es lo más probable que Grete Bloch y Felice Bauer se conocieran unos meses antes, en la primavera de 1913, durante la Exposición de Artículos de Oficina celebrada en el Festhalle de Fráncfort entre el 10 y el 20 de abril. Recordemos que Felice ocupaba un puesto de responsabilidad y representaba a la firma Carl Lindström.

Como por ensalmo, el indeciso Kafka quedó atrapado nada más verla. Era tan distinta a Felice en aspecto, planteamientos y expectativas, que no se explicaba cómo podían ser tan buenas amigas. Tampoco entendía que él mismo, con su escasa habilidad oratoria, se hubiera sincerado con ella como sólo lo hacía con su amigo Max. Por eso pensó no acudir a la segunda cita, sino enviarle una nota de disculpa y no volver a verla, pero aquella joven lo había imantado, así que en la tarde del viernes se presentó de nuevo en el Schwarzes Ross.

Los dos hablaron mucho de sí mismos, de sus planes: él acariciaba ya la idea de abandonar el Instituto de Accidentes del Trabajo, después de cinco años de tortura en un trabajo que detestaba, ella no desechaba acabar en Londres o dar el salto a Estados Unidos; de la mala situación por la que pasaba en esos meses la familia Bauer: el hijo, Ferry Bauer, prometido con Lydia Heilborn, la hija de su jefe, aprovechó esta situación de confianza para vender en beneficio propio productos de la empresa de su futuro suegro; la historia acabó con las ruptura inmediata del noviazgo y la salida precipitada de Ferry rumbo a América a costa de Felice, que además tenía que bregar con las rarezas y las indecisiones de su novio. También salieron en la conversación los problemas dentales de Felice, los insomnios de Kafka, sus trabajos literarios, la vida en Praga, en Berlín...

Tras esos encuentros en Praga, K se muestra arrepentido por no haber sabido explicarse: [cuando me tocó hablar] “solo conseguí balbucear unos miserables fragmentos que usted en parte ignoró y en parte consideró, con justa razón, carentes de todo interés” ‒escribe en la primera carta a Grete Bloch (C, 10 noviembre 1913, 677); y por la falta de franqueza de sus palabras: “todo cuanto le había dicho esa noche era insincero, carente de valor debido a mi torpeza y a mi consiguiente insinceridad, con la que solamente conseguí confundirla a usted, que se había hecho una composición de lugar acertada en un principio […] durante una noche y un día he cometido con usted una injusticia fea y sobre todo absurda”. No sabemos en qué términos se expresó Kafka ni por qué se flagela.

En esos momentos la ruptura parece definitiva, pero él intenta reflotarla viajando a Berlín el fin de semana siguiente. Le anuncia a Felice la hora de llegada y el hotel ‒hacia las diez y media de la noche, Askanischer Hof‒, pero ella no aparece ni en un sitio ni en otro, tampoco a primera hora de la mañana siguiente, por lo que Kafka envía a un ciclista con un mensaje a la Wilmersdorfer Strasse, de donde volvió con el recado de que recibiría una llamada. A las 10 de la mañana, K y F hablan por teléfono y concierta una cita para pasear por el Tiergarten, pero apenas una hora, pues ella tiene que asistir a un entierro a las doce. Él la acompaña hasta la puerta del cementerio, regresa al hotel y hace tiempo hasta la hora del tren. Vuelve decepcionado: “Así partí de Berlín como alguien que ha ido allí sin ninguna justificación”. ¿Qué esperabas, Franz? Ella es una mujer independiente, quiere casarse, sí, pero no a costa de sacrificios excesivos, no está dispuesta a dejarlo todo, la seguridad económica, el prestigio profesional, sus amistades y relaciones sociales, su vida en Berlín, por un hombre inestable y enfermizo para quien el matrimonio solo trae inconvenientes.

Felice había interrumpido su correspondencia, aunque a veces se ve obligada a escribirle porque K buscaba cualquier medio ‒la señorita Bloch, la madre de K, los padres de Felice, su amigo Ernst Weiss, a quien envía a Berlín como emisario‒ para que ella le escribiera una carta, unas líneas en una postal o un saludo en un telegrama.

La señorita Bloch había llegado inesperadamente de la nada, en un tren, y lo mismo que apareció, desapareció al tercer día camino de Viena. Pero aquella criatura viva y sensata, de aspecto sano y alegre, había conmocionado hondamente a FK, que desde la primera noche en el hotel siente que está traicionando a Felice. No es la primera vez que vive en un triángulo sentimental.

Después de tres meses de titubeos, durante los que K le envió 10 cartas a la Bloch, la correspondencia se intensifica hasta alcanzar las 65 entre primeros de febrero y primeros de julio, mientras que las dirigidas a Felice en ese mismo periodo suman 28. Estas 65 cartas nos muestran a una Grete confesora y paño de lágrimas. Al principio, K se contiene a la hora de escribirle a la Bloch. En sus diarios encontramos un par de anotaciones que reflejan la batalla que se está librando en su conciencia ‒¿y en su corazón?‒, aunque no se aclaran los motivos: “Me he torturado para escribir el comienzo de una carta a la señorita Bloch” (D, 453). La carta referida (C, 18 noviembre 1913, 681) es ambigua, insinúa pero no aclara, no contiene declaraciones ni confesiones por parte de K que vayan más allá de la cortesía y de una recién comenzada amistad: “Estimada señorita, ahora le robo sus noches, veo su simpatía, que supera mis expectativas y mis capacidades, paso días al calor que usted emana y no contesto […] Me comporto por carta con una vileza que no podría mostrar nunca en la realidad”. ¿Qué atormenta a K? ¿Por qué esos escrúpulos para enviarle una carta? ¿De qué y por qué se culpa? Dos meses después, enero de 1914, leemos en su diario: “Incapaz de escribir un par de líneas a la señorita Bloch, son ya dos las cartas suyas a las que no he contestado, hoy ha llegado la tercera. No entiendo nada a derechas y, a la vez me siento firme pero hueco”. Es evidente que la señorita Bloch ha entrado en la vida ‒ ¿y en el corazón?‒ de FK, pero seguimos en el ámbito de la inconcreción. Fuera de alguna galantería ‒“Querida señorita Grete, si en vez del telegrama sujetara su mano, sería más bonito” (C, 769)‒, Kafka declara que su amistad con ella no afecta a su relación con Felice ni tiene que ver con su agradecimiento por todo lo que ella está haciendo por Felice y por él, aunque ignoramos el sentido de las cábalas que él mismo se hacía con respecto a su nueva amiga: “mi compromiso o mi matrimonio no cambiarán ni un ápice nuestra relación, en la cual, para mí al menos, residen posibilidades hermosas y del todo imprescindibles” (769).

Las cartas con Felice vuelven en el mes de marzo. Kafka está de nuevo ilusionado, pletórico en algunos momentos, por la reanudación del noviazgo. Al mismo tiempo le escribe a Grete e insiste una y otra vez en el deseo y la felicidad de verse con ella en Viena, en Praga, en Gmünd, en Berlín, “de poder contarle cosas, de escucharla, de pasear con usted, de poder sentarme frente a usted” (C, 13 marzo); le pide fotografías, le confiesa su agradecimiento por saberla amiga ‒”Si algo me ha hecho bien en estos dos días [de estancia en Berlín], ha sido pensar en usted, en la confianza que me inspira, en su sinceridad” (C, 2 marzo 1914), o lamenta que la “eterna y opresiva tristeza” que lo caracteriza le haya impedido conocerla desde el primer día.

Kafka le cuenta también alguno de sus sueños, la habla de la mudanza familiar al edificio Oppelt, en la Plaza de la Ciudad Vieja, de sus achaques ‒insomnio, dolores de muelas, de cabeza, molestias estomacales, cansancio‒, le da consejos para una vida más relajada ‒dieta vegetariana, dormir con la ventana abierta y sin la luz de gas encendida, no trabajar tantas horas al día, hacer gimnasia‒, pero sobre todo le habla de Felice, de manera que podemos afirmar que el conjunto de las cartas a Grete nos ofrece, casi día a día, una perspectiva distinta de la relación entre Franz Kafka y Felice Bauer. Estamos ante un epistolario amoroso cuyos protagonistas no son los dos corresponsales, sino tan sólo uno de ellos, que mantiene al día a la Bloch en lo referente a la marcha, o el estancamiento, de la relación con su novia berlinesa.

Es tentador aventurar que entre Grete Bloch y Franz Kafka fraguó una poderosa y fugaz pasión erótica ‒que sepamos, tras conocerse en Praga en el otoño de 1913, Kafka y Grete Bloch volvieron a encontrarse siete meses después en Berlín, durante la celebración del compromiso oficial con Felice, a primeros de junio de 1914‒, como afirma Rodrigo Padilla ‒“… cuando conoció a la bella Grete Bloch, amiga de Felice, todo cambió. Nada más trabar contacto con ella le comenzó a escribir unas cartas tan apasionadas y eróticas que Grete, confusa y culpable, se las acabó enseñando a Felice […] Se dejó arrastrar por las cartas de Kafka, inusualmente eróticas”‒, que con estas hiperbólicas palabras está más cerca de una fake news que de la realidad constatable. En este mismo sentido insiste el crítico Peter-André Alt («El fiscal imaginario», en el catálogo de la exposición «Franz Kafka y Grete Bloch», 5 octubre 2011 ‒ 30 enero 2012. Museo Marbach) cuando afirma: “Las cartas de Kafka a Grete Bloch poseen una llamativa nota sexual más allá del velo metafórico; desarrollan un lenguaje físico y plástico propio, que comparativamente también caracteriza las cartas a Milena escritas seis años después”.

No hallamos en las cartas a Grete declaración alguna de amor, como tan frecuentes son en las cartas a Felice. Tampoco trazas de una relación íntima, ni siquiera expresiones de indubitable erotismo. Ahora bien, el hecho de no encontrar rastro de una pasión erótica, o de un enamoramiento, no significa que no lo hubiera, que ambos experimentaran una y otro, pero sin confesarlo ni entregarse a ella.