jueves, 25 de febrero de 2010

Apuntes del natural


Tarde en calma:
aprender el secreto de los árboles,
su mágico florecer.

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La luz de la mañana llega al corazón de las encinas. Tierra húmeda, roja, mullida.

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Lavanderas de enero. Avefrías en las calles. Viento y silbos de tordos. Algaradas de niños en la escuela.

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Trae brumas de mar el viento del oeste. A mi paso revolotean las bandadas: trigueros, verdecillos, jilgueros, tarabillas...

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El verde recién nacido. Transparencia. Nitidez. Olivos. Y el colirrojo en la chumbera.

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Incendio a poniente: desmelenada en llamas la cabellera del sol.

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El bosque en calma,
en silencio,
al sol de otoño.

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Vuelos de cigüeña por los campos de abril. En los caminos de las afueras, ribetes de amapola.

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El aire se serena
y viste de hermosura
y luz no usada. Estoy arriba, donde la leyenda señala la aparición. Abajo, la ermita con su cerco de árboles, la casa del santero, la casa de hermandad, el altar para las misas de campaña, los urinarios, casetas de obra, el edificio –adefesio- para la observación de la naturaleza, mesas y bancos rústicos de merendero, una barca bajo los eucaliptos varada allí por un caprichoso devoto... Mejor no seguir por ahí, dejemos la fiebre institucional por el cemento y el ladrillo –es la fe de mis alcaldes- y la construcción arbitraria e interesada en los espacios naturales públicos.A los pies del risco, el Guadamora baja a pagar con fatiga, con hilos de agua, su tributo al Guadalmez. En los remansos, el agua refleja las adelfas y las hiniestas de la ribera, donde trasiegan urracas y rabilargos.
Aquellos, los montes de La Mancha.

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Rumor de olas el viento en las retamas.

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La pureza en todo, en lo azul, en la luz, en el brillo de las jaras y en la fragancia del tomillo, en la estela blanca de los aviones.

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Guarda memoria la tierra
de lo blanco
y florece en los almendros.

lunes, 8 de febrero de 2010

Ortografía y religión


Repasando anoche la Ortografía de la RAE para unos ejercicios escolares sobre las mayúsculas, recordé usos, discrepé de alguno, anoté ejemplos y hasta caí en la cuenta del catolicismo y la devoción mariana de sus señorías académicas.

Lo primero que hace la Academia –concedámosle mayúscula a la docta institución- es definir el concepto: mayúscula es la letra de mayor tamaño y, por lo general, distinto trazo que la minúscula. Después, las tres grandes reglas: a comienzo de escrito, después de punto y en los nombres propios. La claridad y sencilla prescripción de las dos primeras normas, contrasta con la prolijidad de la tercera, que tiene más tiquis de lo esperado.

De las mayúsculas –como de cualquier cosa- no debe abusarse. Seamos virtuosos con ellas y procedamos con sentido común: cuando hagan falta, no por capricho, por exceso de respeto o por ignorancia, concediéndole su importancia y destacado trazo cuando la ocasión y el concepto lo exijan.

De todos los usos mayúsculos, anoche reparé en los parágrafos en que la RAE muestra su sesgo religioso, sus católicas devociones. Así, entre los nombres que merecen mayúscula inicial se citan los de festividades religiosas, como Pentecostés, Epifanía, Navidad o Corpus. También reciben este tratamiento los atributos divinos y los apelativos de Dios, Jesucristo y la Virgen María. Por último, en el apartado g del epígrafe dedicado a diversas circunstancias para la mayusculización de palabras, la devota academia establece que también se escribirán con inicial destacada las advocaciones y celebraciones de la Virgen: Guadalupe, el Rocío, el Pilar.

Parece claro –por sus ejemplos los conoceréis- que ninguno de los 40 hombres y 2 mujeres de la institución considera ortográficamente la existencia de otros cultos y personas divinas.

Quede, por tanto, consignada aquí mi disconformidad con el exclusivismo religioso de la RAE y mi intención de hacer llegar al casón de la calle Felipe IV de Madrid, mi propuesta para que se revisen y amplíen esos usos ortográficos, adaptándolos a la realidad religiosa de estos tiempos.

jueves, 4 de febrero de 2010

Variación sobre Pessoa


Dios no consuela
de la muerte.
Tampoco lo hace
de la vida.

Cada rosa
tiene su tiempo.