domingo, 30 de abril de 2017

XVIII - La invitación al viaje (1)


     Hay un magnífico país, el país de Jauja, dicen, que sueño visitar con una vieja amiga. Un país singular, envuelto en las brumas de nuestro Norte, y que podría llamarse el Oriente de Occidente, la China de Europa: tanto ha medrado en él la cálida y caprichosa fantasía; tanto lo ha ilustrado paciente y tenazmente con sabias y delicadas vegetaciones.
         Un verdadero país de Jauja, donde todo es bello, rico, tranquilo, honesto; donde el lujo se mira con placer en el orden; donde la vida es generosa y dulce de respirar; donde el desorden, la turbulencia y el imprevisto están excluidos; donde la felicidad está casada con el silencio; donde la misma cocina es poética, generosa y excitante a la vez; donde todo se te parece, mi querido ángel.
         ¿Tú conoces esa enfermedad febril que se adueña de nosotros en las frías miserias, esa nostalgia del país que se ignora, esa angustia de la curiosidad? Es una tierra que se te parece; en ella todo es bello, rico, apacible y honesto; en ella la imaginación ha construido y decorado una China occidental, la vida es dulce de respirar, la dicha está casada con el silencio. ¡Es allí donde hay que ir a vivir, es allí donde hay que ir a morir!
         Sí, es allí donde hay que ir a respirar, a soñar, y a prolongar las horas por el infinito de las sensaciones. Un músico ha escrito la Invitación al vals; ¿quién compondrá la Invitación al viaje, para ofrecérsela a la mujer amada, a la hermana elegida?
         Sí, sería bueno vivir en esta atmósfera, allí donde las horas más lentas contienen más pensamientos, donde los relojes marcan la felicidad con una más profunda y significativa solemnidad.
         En tableros brillantes o en cueros dorados y de una riqueza sombría, viven discretamente pinturas piadosas, apacibles y profundas, como las almas de los pintores que las crearon. Los atardeceres que colorean tan ricamente el comedor o el salón, son tamizados por hermosas telas o por esas altas ventanas labradas que el plomo divide en numerosos compartimentos. Los muebles son grandes, curiosos, singulares, armados con cerraduras y secretos, como las almas refinadas. Los espejos, los metales, los cortinajes, la orfebrería y la loza ejecutan para la vista una sinfonía muda y misteriosa; y de todas estas cosas, desde todos los rincones, desde las rendijas de los cajones y desde los pliegues de las cortinas se escapa un perfume particular, un vuelve de Sumatra, que es como el alma de la vivienda.




jueves, 20 de abril de 2017

Del natural




Irrepetible
su perfección,
su color puro
en el fulgor
de la mañana.
Buscando el sol,
batiendo alas,
limpio se eleva
el lilio en flor.


miércoles, 19 de abril de 2017

sábado, 8 de abril de 2017

Un hemisferio en una cabellera (XVII)


          Déjame respirar mucho tiempo, mucho tiempo, el olor de tu pelo, hundir mi rostro en él, como un hombre sediento en una fuente, y agitarlo con mi mano como un pañuelo perfumado, para sacudir recuerdos en el aire.
         ¡Si pudieras saber todo lo que veo! ¡Todo lo que siento! ¡Todo lo que oigo en tu cabello! Mi alma viaja en su perfume como el alma de otros hombres en la música.
         Tus cabellos contienen todo un sueño lleno de velas y de mástiles; contienen inmensos mares cuyos monzones me llevan a climas encantadores donde el espacio es más azul y más profundo, donde la atmósfera está perfumada por las frutas, por las hojas y por la piel humana.
         En el océano de tu pelo entreveo un puerto hormigueante de canciones melancólicas, de hombres vigorosos de todas las naciones y de navíos de toda clase recortando sus complejas y elegantes arquitecturas sobre un cielo inmenso en el que se enseñorea el eterno calor.
         En las caricias de tu pelo me encuentro la languidez de las largas horas pasadas en un diván, en el camarote de un hermoso navío, acunado por el vaivén imperceptible del puerto, entre macetas y búcaros refrescantes.
         En el ardiente hogar de tu cabello respiro el olor del tabaco mezclado con el opio y con el azúcar; en la noche de tu cabello veo resplandecer el infinito del azul tropical; en las riberas vellosas de tu pelo me embriagan los olores mezclados de la brea, el almizcle y el aceite de coco.
         Déjame morder mucho tiempo tus trenzas negras y espesas. Cuando mordisqueo tus cabellos elásticos y rebeldes, me parece que como recuerdos.

Retrato de Jeanne Duval, por Édouard Manet.

jueves, 6 de abril de 2017

Cinco cortos


No cree uno en la estética pura. El arte ha de estar impregnado de quien lo hace y lo percibe. La asepsia solo está bien en los quirófanos. Frente a la imperturbabilidad del canon apolíneo, el temblor de la emoción.
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         Taxonomías. Escritor churrero: aquel que produce libros como churros (o que escribe unos churros de libros). Escritor morcilla (se repite).
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         Insisto en el binomio Vida—Literatura: no hay libro bueno que no refleje la vida. Y de ese binomio elemental, cuantos más polinomios resulten, más literatura encontraremos.
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         Triunfar sin joder al otro. Dormir sin provocar pesadillas a tus semejantes. Eso debe ser “el sueño de los justos”.
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         La memoria como único alimento solo produce melancolías y añoranzas. Vivir hacia atrás es convertirse en fantasma, arrastrando la pesada cadena del ayer.
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