lunes, 19 de abril de 2021

La señorita Grete (3)


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Su vida fue como su literatura. Complejas las dos. FK fue un desubicado, un expulsado del paraíso, situación que él mismo busca, que a la vez arrastra un intenso y profundo dolor acompañado de un torturante sentimiento de culpa. Un desubicado ante la familia, de la que reniega pero de la que no puede prescindir, como prueba el hecho de que viviera con sus padres hasta los cuarenta años. Desubicado ante el trabajo, que considera la peor condena de su vida, pero que no es capaz de abandonar para vivir como escritor. Desubicado ante la sociedad y la cultura checas, ante la propia lengua: K es un escritor checo educado en la lengua, la cultura y la literatura alemanas. Ante la comunidad religiosa: se confiesa ateo, admira y al mismo tiempo siente asco por el sionismo, pero intenta aprender hebreo y se interesa por la literatura yiddish. Ante los demás hombres, como individuo marcado por la enfermedad. Ante la literatura de su tiempo: K es una manera nueva de entender y crear literatura. Desubicado también ante las mujeres, con las que nunca mantuvo, con excepción de Dora Diamant, una convivencia cotidiana. Kafka fue ante todo un amante postal, es en sus cartas donde sabe expresar lo que siente por ellas. Las convierte en literatura y solo desde la literatura es capaz de comprenderlas, de amarlas, de mantener con ellas una relación más o menos estable. Esa conversión de la amada en literatura, lleva aparejada la idealización, y es en ese ámbito de la ficción ‒no en el de los encuentros personales‒, en el que el amante Kafka se siente realmente vivo, capaz de amar y de la mayor sinceridad.

Posible podría haber sido la existencia de una relación erótica entre Kafka y Grete Bloch, pero imposible nos parece a la vista de lo que leemos en las cartas y en los testimonios conservados. Por otra parte, tenemos a Kafka por hombre sincero y no creemos que ocultara en sus cartas y en sus diarios una experiencia de ese tipo, como no ocultó la fugaz y honda pasión por Gerti Wasner o por otras mujeres.

Cada uno de los protagonistas de este drama sentimental vive una intensa tormenta interior. En la primavera y comienzos del verano de 1914, superada la crisis que se inició en septiembre del año anterior, Felice prosigue con los planes de boda ‒visita en Praga a la familia Kafka, buscan piso y muebles, fijan la ceremonia para septiembre‒, lo que supone despedirse de Berlín y de su vida anterior. Está dispuesta al sacrificio por amor, pero le inquieta el futuro: conoce muy bien la postura de su prometido ante la vida en pareja, sus problemas de salud, sus altibajos anímicos, le preocupa no ser capaz de soportarlos y que su matrimonio se malogre.

La señorita Bloch briega también con lo suyo. En ningún momento olvida la confianza de Felice al encomendarle la mediación, pero se siente abrumada ‒¿o quizá culpable?‒ por el interés que él le muestra en sus cartas. K insiste en encontrarse con ella a solas donde sea: “si me quedo por Pascua en Praga, tendremos que vernos, sea en Viena, sea en Praga, sea en cualquier lugar a medio camino, en los bosques de Bohemia o en otro sitio”, le escribe el 9 de marzo; tres días después repite su deseo: “encontrarnos el sábado hacia el anochecer en algún lugar a medio camino y pasar el domingo juntos, en el caso de que tenga usted ganas. ¿Le gustaría? A mi mucho. Dígame algo. Repasaremos entonces el horario de trenes y buscaremos un lugar bonito”. Por diversas razones, ese encuentro a solas nunca se produce.

Es posible que Grete se haya hecho ilusiones con K, sobre todo si se rompiera el noviazgo entre él y su amiga, pero al ver que la cosa se arregla ‒la reconciliación es en parte consecuencia de su tercería‒ y que siguen adelante los planes de boda, decide hacerse a un lado, no interferir y desaparecer de sus vidas. Surge esta suposición al leer unas líneas de la carta del 15 de abril ‒“No debe abandonarme, eso sería absolutamente inadmisible, y yo no lo toleraré. Tampoco existen motivos para ello”. (C, p. 772)‒, que sugieren la negativa de Grete Bloch a seguir su relación con Kafka y su intención de no asistir en Berlín a primeros de junio a la celebración del compromiso de boda.

Grete Bloch es otra amada de papel, a la que solo ha visto en dos ocasiones, al principio y al final de los nueve meses escasos que dura su relación epistolar. En esa construcción literaria, Felice representa el principio de realidad, el materialismo de la vida burguesa, el matrimonio y la familia, los valores tradicionales, conservadores, mientras que Grete es el espíritu rebelde y rompedor, anticonyugal, la figura de la amante apasionada en este adulterio de papel. Le sigue el juego a Kafka, y quizá hubiera llegado más lejos en otras circunstancias, hasta que es consciente de que no puede traicionar a su amiga, y viendo que él insiste, incluso con ideas descabelladas ‒“hemos decidido, y no va a poder oponerse a ello que, cuando estemos casados, vendrá a vivir con nosotros durante un periodo largo [...] Si al final alquilo el piso mencionado en la última carta, tendremos espacio suficiente(C, 801)‒ decide sincerarse con su amiga y descubrirle el doble juego de Kafka.

El 11 de julio de 1914, Franz Kafka viaja a Berlín, quiere hablar con Felice para aclarar dudas. Se aloja de nuevo en el Askanischer Hof, y queda citado con ella al día siguiente por la mañana. Llegada la hora, aparece en el salón del hotel Felice acompañada de su hermana Erna y de Grete Bloch. Franz Kafka llama a esta escena “el tribunal en el hotel”, porque en un juicio con víctima, fiscal, acusado, pruebas, juez y condena se convierte el encuentro. Unos días antes, la señorita Grete le ha enseñado a Felice aquellas cartas en que K le confesaba sus dudas y opiniones respecto al matrimonio. Felice se muestra elocuente y contundente en sus argumentaciones. Kafka calla. No se defiende. Apenas se explica. Todos, incluso los padres de Felice, sabían de su aversión a casarse y crear una familia. De su necesidad de escribir antes que de amar. Felice anula el compromiso. Adiós, Franz.

Así lo cuenta él en su diario: “El tribunal en el hotel. La ida en el coche de caballos. La cara de Felice. Se atusa el pelo con las manos, se limpia la nariz con la mano, bosteza. De pronto reacciona, dice cosas bien pensadas, largo tiempo guardadas, hostiles […] En casa de sus padres. Unas cuantas lágrimas de su madre. Recito la lección. Su padre lo comprende correctamente desde todos los puntos de vista […] Me dan la razón, contra mí no cabe decir nada, o no mucho. Diabólico con toda inocencia. Aparente culpa de la señorita Bloch”. Y meses más tarde, en la última carta a Grete, donde reconoce su culpabilidad: “Dice usted que la odio, pero no es verdad. Aunque todos la odiasen, yo no la odio, y no solo porque no tengo derecho a hacerlo. Usted se sentó como juez ante mí en el Askanischer Hof, fue aborrecible para usted, para mí, para todos, pero sólo se veía así, en realidad yo estaba sentado en el lugar de usted y hasta hoy continúo sentado en él”.

Franz Kafka y Grete Bloch se encontraron casi un año después, el fin de semana del 22 y el 23 de mayo de 1915, cuando ella organizó el encuentro de Kafka con Felice, al que también se unió Erna Bauer. Desde Bodenbach, en la Suiza bohemia, los cuatro enviaron una postal a Ottla. Aparte de alguna vaga y lacónica alusión en los diarios y en las posteriores cartas a Felice, nada más sabemos de Grete Bloch por los escritos de Franz Kafka. 

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