lunes, 17 de septiembre de 2018

Duelo en el paraninfo (5)


            Los periódicos del momento, como vemos, cumplen su función, desinforman a diestra y a siniestra. Los de derechas, exaltando a los suyos y omitiendo hechos, los de izquierdas, cundiendo rumores e inventando disparates, de manera que ni por las fotografías ni por las informaciones publicadas en los días inmediatamente posteriores al 12 de octubre, podemos tener idea exacta de lo ocurrido y dicho en el paraninfo salmantino.
         Desechada en parte la sesgada prensa de aquellos días, nos quedan otras fuentes de información: protagonistas de los hechos, asistentes al acto, prensa posterior a la muerte de Unamuno, prensa de los años cuarenta, biografías del escritor.
            De los protagonistas de aquel acto en el paraninfo, disponemos de testimonios del propio Unamuno, de un artículo de José María Pemán y de un informe de Millán Astray. El artículo de Pemán apareció en el ABC de Madrid del 26 de noviembre de 1964. Después de 28 años, la memoria del poeta gaditano había dejado algunas cosas en el tintero: los discursos de Maldonado y yo … eran todo el programa del acto…dos oraciones puramente universitarias de Hispanidad… Al acabar nosotros, sin que Millán, que estaba en el estrado como público, hubiera dicho ni pío, se levantó don Miguel. No recuerdo exactamente lo que dijo en los pocos minutos que habló… sí recuerdo que el discurso fue objetante para varias cosas de las que andaban en curso en aquellos días exaltados. Recuerdo que combatió el excesivo consumo de la palabra «Anti-España»… Cuando terminó y se sentó se levantó, como movido por un resorte, el general Millán Astray … No fue discurso. Fueron unos gritos arrebatados de contradicción a Unamuno… Lo que dijo fue «¡Mueran los intelectuales!... Hizo una pausa. Y como vio que muchos profesores hacían gestos de protesta, añadió con un ademán tranquilizador «Los falsos intelectuales, señores». Terminó los gritos, que no llegaron a un minuto, diciéndole imperativamente a don Miguel: «Y ahora dé el brazo a la señora del Jefe del Estado». Don Miguel se levantó y le dio el brazo a doña Carmen que presidía, y con ella salió del salón. Subraye, destaque en negrita o retiña el lector a su equitativo juicio.
Lo mismo puede hacerse con el informe titulado «Conducta observada por D. Miguel de Unamuno, en su calidad de Rector Honorario de la Universidad de Salamanca, con motivo de la fiesta del día de la Raza de 12 de octubre de 1936», escrito por el general en enero de 1942. El texto se reproduce en la página 202 del libro de Luis Eugenio Togores, Millán Astray legionario, disponible también en versión digital, a la que remito al lector.
Finalmente, Unamuno se refirió en varias ocasiones a aquel juego derivativo de palabras —Vencer no es convencer— y a las consecuencias acarreadas. A primeros de noviembre, el periodista francés Jérôme Thoraud acudió a casa del escritor para entrevistarlo, y este le facilitó copia de un “pequeño manifiesto” que acababa de redactar. El original de ese texto se conserva en la Casa Museo de Unamuno en Salamanca y en él se lee: “por haber dicho que vencer no es convencer, ni conquistar es convertir, el fascismo español ha hecho que el gobierno de Burgos que me restituyó mi rectoría … ¡vitalicia!, con elogios, me haya destituido de ella sin haberme oído antes ni dándome explicaciones”. Casi las mismas palabras utiliza en la carta que escribió a su traductora al italiano, Maria Garelli, el 21 de noviembre de 1936: “Y por haber dicho esto en público, y que vencer no es convencer, ni conquistar es convertir, y haber pedido otros métodos, el gobierno dictatorial militar que me restituyó mi Rectorado me ha destituido de él sin oírme ni darme explicaciones”. Días más tarde, en carta del 1 de diciembre, Unamuno es algo más explícito con su amigo Quintín de Torre: “En una fiesta universitaria que presidí, con la representación del general Franco, dije toda la verdad, que vencer no es convencer ni conquistar es convertir, que no se oyen sino voces de odio y ninguna de compasión. Hubiera usted oído aullar a esos dementes de falangistas azuzados por ese grotesco y loco histrión que es Millán Astray! Resolución, que se me destituyó del rectorado y se me tiene en rehén”.
Don  Miguel, ya lo hemos visto, era consciente de que sus palabras ni cayeron en saco roto, ni se las llevó el viento, llegaron limpiamente al centro de la diana, denunciaban con valentía los métodos fascistas, las detenciones de gentes de bien, los tiros en la plaza, los muertos en la cuneta. Así lo entendió sin duda Millán Astray, de ahí su grito contra los intelectuales traidores, y todo el que estaba pendiente de las palabras pronunciadas en la tribuna del paraninfo aquel mediodía de octubre. Esos brazos derechos alzados con las palmas al frente, esas bocas que gritan vivas y consignas, ese abigarrado enjambre fascista que rodea a Miguel de Unamuno a la salida del paraninfo no lo estaba jaleando precisamente.

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