Volvamos a septiembre de 1940. Al momento en que Max Brod y Salman Schocken llegan a un acuerdo para que el legado K permanezca durante un tiempo en una caja de seguridad de la biblioteca de Schocken en Jerusalén. Según declara y firma el editor y bibliómano en nota manuscrita, de esa caja hay una sola llave, que Brod guardará en su piso de la calle Hayerdeen.
Pero Schocken miente. Su editorial –Schocken Books– tiene los derechos mundiales sobre las obras de Kafka desde 1934, cómo no echar un vistazo a los manuscritos –¿Habrá una obra maestra inédita?–, y sucumbe a la tentación. Tiene otra llave de la caja de seguridad y va haciendo copia de todo el material. Brod, confiado en la palabra de su compatriota, no descubrirá la trapaza hasta diez años más tarde, con el agravante de que al pedirle a Schocken el material, éste fue dándole largas y dilatando la entrega. Pormenorizando los detalles de esta traición bibliófila, escribió Brod una carta a una de las herederas de Franz Kafka con la que mantenía contacto epistolar, Marianne Steiner, hija de Valerie, la hermana mediana del escritor.
Un año después, Brod escribe de nuevo a Marianne Steiner: ante un empleado de Schocken, ha abierto la caja de seguridad y comprobado que no falta material y que éste se conserva en buen estado. La fecha de esta carta, 2 de abril de 1952, es la misma del documento en que Brod ratifica la donación de su legado y del legado KB a Esther Hoffe. ¿Casualidad? ¿O prevención del escarmentado Max Brod?
Pasan los años y los legados cambian de lugar. Otoño de 1956: nueva crisis bélica en Israel. Brod y Schocken viajan a Zúrich y depositan los manuscritos en cuatro cajas de seguridad –2690, 6222, 6577 y 6588– de la Corporación Bancaria Suiza, hoy UBS. En una de ellas se guarda el legado K, en otra –la 6577– el legado KB; en las dos cajas restantes, el legado B.
Llegados a 1961, nuevas turbulencias kafkianas: Max Brod dicta testamento y designa a Esther Hoffe heredera universal de todos sus bienes y albacea de su legado, indicando así mismo el derecho que asiste a las hijas de ésta, Eva y Ruth, de recibir su parte correspondiente. También introduce un elemento contradictorio y confuso al manifestar su voluntad de que el legado KB y el legado B sean cedidos «a la Biblioteca de la Universidad Hebrea de Jerusalén, a la Biblioteca Municipal de Tel Aviv o a cualquier otro archivo público en Israel o en el extranjero, en caso de que no estén ya bajo la tutela de una o varias de dichas instituciones, a no ser que la señora Ilse Esther Hoffe haya dispuesto de ellos de otra forma durante su vida». Por un lado, dispone que los documentos se entreguen a un archivo público, en Israel o en el extranjero. Por otro, deja abierta la posibilidad de que Esther Hoffe encuentre otro destino a los manuscritos.
Mientras tanto, en Londres ya se han conocido Marianne Steiner y el especialista en Literatura Alemana, Malcolm Pasley, y tras una apelación, las cuatro sobrinas han logrado que Schocken devuelva el legado temporalmente custodiado en su biblioteca y luego en la caja de seguridad de un banco. Finalmente, Pasley traslada en su vehículo particular el legado K desde Zúrich hasta la Bodleian Library de Oxford. En esa situación –el legado K en Oxford, y los legados KB y B repartidos entre cajas de seguridad en Zúrich y en el apartamento de la calle Hayardeen, de Tel Aviv– se llega a 1968.
Desde finales de la década del 50, Max Brod mantiene relación, de padrinazgo literario, con la poeta judía de origen bohemio Netti Boleslav, que llegó a Haifa en la primavera de 1939. En los años 50, Netti Boleslav comenzó a escribir poesía, pero lo hacía en alemán, «la lengua perpetradora», repudiada por la política de hebraización dominante en Israel. Rechazada por la Asociación de Escritores de Israel, Netti Boleslav recurrió a Brod, que la ayudó y promovió, poniéndola en contacto con editoriales alemanas. Uno de sus hijos, Daniel Cohen-Sagy, escribe en el diario Haaretz: «Desde finales de la década de 1950 hasta 1968, una vez a la semana, mi madre, la poeta Netti Boleslav, se dirigía en autobús al número 16 de la calle Hayardeen, en Tel Aviv», donde conversaba sobre poesía y literatura con Brod en su despacho, mientras Esther Hoffe, en la habitación de al lado, no perdía ripio de la conversación. Pese a la vigilancia de Hoffe, en alguna ocasión la poeta y Brod pudieron encontrarse en un café. Éste le hablaba de la amistad íntima con Franz Kafka, y le confesaba algunas reservas sobre su amigo, a quien se había consagrado olvidando en parte su propia carrera de escritor.
El traer aquí la relación con la poeta Netti Boleslav responde a que los recuerdos de su hijo ponen el foco en el exceso de celo que mostraba Esther Hoffe cuando alguien entraba en el despacho de Max Brod, donde éste guardaba parte de los originales de los legados KB y B, que había sacado de Zúrich. No es éste el único testimonio del rigor y el recelo de la secretaria –obsesiva, fanática, codiciosa–, que ganó fama de estricta guardiana, como recuerda Willy Haas. Y aunque permitió que consultaran los papeles algunos investigadores –Malcolm Pasley, para su edición crítica de El proceso; los archiveros Margarita Pazi y Paul Raabe, para confeccionar un inventario; Joachim Unseld, que copió algunas cartas de Max Brod–, lo cierto es que se convirtió en la única persona con acceso total a los manuscritos, lo cual era peligroso por la posibilidad, nada infundada, de que los papeles acabaran vendiéndose en subastas o en ventas privadas y dispersándose.
El 20 de diciembre de 1968, acompañado en el Hospital Beilinson por Esther y Eva Hoffe, muere Max Brod. A su entierro en el cementerio Trumpeldor apenas asistió gente. Ese día marca un hito en la historia –rocambolesca– de la conservación, transmisión y tráfico de los papeles kafkianos.
En 1969, el Tribunal de Distrito da el visto bueno al testamento de Max Brod y ratifica a Esther Hoffe como albacea de los bienes de Brod: seis cajas de seguridad en Tel Aviv, cuatro en Zúrich, y una parte indeterminada que queda en el apartamento de las Hoffe en la calle Spinoza. Una vez en posesión de los legados KB y B, Esther los dona a sus hijas: «Los borradores, las cartas y los dibujos de Kafka que me fueron donados por Max Brod los cedí a mis hijas en porciones iguales. Los libros de Kafka de la biblioteca de Brod permanecen en posesión de mis dos hijas. Cada una de mis hijas y mis nietas tienen derecho a recibir 40 cartas del legado de Brod”. A pesar de estas disposiciones, Hoffe se reservaba el derecho a publicar o vender documentos del legado, que fueron apareciendo en el mercado tras la muerte de Brod: cartas de Kafka a los amigos y la familia, originales de relatos cortos, dibujos.
El Estado de Israel había comenzado en 1973 un litigio por la posesión del legado, solicitando del Tribunal de Distrito de Tel Aviv que impidiera a Esther Hoffe la venta de los manuscritos de Kafka. La petición del Estado fue rechazada por sentencia del 13 de enero de 1974, que reconoce el derecho de Ilse Esther Hoffe sobre el patrimonio de Brod y le permitía «hacer con su herencia lo que quisiera durante su vida».
Comienza así un pleito que se alarga hasta el año 2019 y en el que se dirimen los conceptos de propiedad (facultad de poseer algo y disponer de ello dentro de unos límites) y de pertenencia (inclusión en un grupo, institución, comunidad). ¿Era Max Brod el dueño legítimo del legado Kafka-Brod, o tendría que haberlo entregado a la familia, a las cuatro sobrinas herederas de Franz Kafka? ¿Eran legítimos de toda ley el testamento y las donaciones de Max Brod en favor de Esther Hoffe y de sus hijas? ¿Eran Ruth y Eva Hoffe legítimas herederas de los legados K y KB? Por otro lado, ¿en qué literatura encuadramos a Franz Kafka? ¿En la alemana? ¿En la checa? ¿En la israelí?
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