Hacia el oeste, a las ocho de la mañana, luce hermosa la luna llena ‒amarilla, fría, sin sombras‒ en el sereno azul del amanecer.
Al otro lado del mundo, con un fulgor de naranjas y lilas dormidas, se anuncia el sol naciente.
En la copa de las encinas va fraguando el oro.
Baja su cálida lengua el sol por los troncos, funde poco a poco la helada y le saca los colores a la tierra.
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