Epitafio de Fidel Cobos, secretario municipal: “Traté de rellenar con sentido el formulario que tenía delante.”
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En literatura no hay que sermonear; para eso están los púlpitos.
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Acomodados en el sofá, veían un documental de sobremesa en La 2: un recorrido por Ucrania, que empezaba en Lviv, bajaba hasta el mar Negro y la península de Crimea, y volvía luego hacia el norte, pasando por Kiev y acabando a 3 kilómetros de Chernóbil.
—¿Te has fijado en la fecha? La mayor catástrofe ambiental de la historia ocurrió el 26 de abril de 1986. El día que nos casamos.
—¿Tú qué crees? —sonrió ella en sus ojos azules.
Y siguieron viendo la televisión.
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¿De qué tiene que hablar
un poeta? De todo.
¿Cómo? Con ritmo.
¿Cuándo? La musa dirá.
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A veces, un libro, más que ante el de quien lo escribió, nos deja ante otro espíritu. Esos seres que se alinean silenciosos en los estantes de nuestra biblioteca guardan memoria de su creador, pero también de quien un día entró en una librería, pagó y se lo llevó a casa.
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Rilkeana
Semejantes en todo al árbol, a su echar raíces y elevarse en silencio, al anhelo siempre de que ramas y frutos se eleven a la pura geometría del cielo hacia el que tienden ya desde la semilla, resignados a soñar la imagen de lo que nunca será, porque somos —árboles y hombres— raíces de lo efímero.
Semejantes al leño que arde y nos muestra su ser de rojo vivo, hermoso como la hipnótica bailarina cuyo último velo descubre la fría realidad de la ceniza.
Somos sueño, una visión, un vacío que consolamos con bellas imágenes de rosas encendidas, de pájaros en vuelo, de frutos en los árboles.
Pero qué nos queda si restamos los sueños a lo que somos.
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El entusiasmo por la vida y la escritura. He ahí un concepto de literatura del que no reniego. Ya quisiera uno que sus libros destilaran entusiasmo, vida, escritura.
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Cualquier escritor veterano ha de serlo también para encajar las críticas “científicas” de su libro, y para prescindir de las simples opiniones que, o rezuman mala baba y arremeten sin pudor, o turiferan por doquier y ensalzan autor y obra hasta la excelsitud.
Ambos juicios son subjetivos, pero el uno va por lo artístico, por lo poético, y el otro por lo penal, por lo personal.
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