Paseábamos
por la carretera de Villanueva a la luz de la luna. Un paseo tonificante
después de las cervezas del mediodía y una tarde pesarosa. Alumbraba de más la
luna y se veían pocas estrellas. A la vuelta, después de localizarla, señalé con
el índice y pregunté a L y a J si conocían la historia de Casiopea. Ninguno de
los dos. De buena gana se la hubiera contado, pero ya digo que iba uno con el estrago
de los cuatro tubos y una siesta sin reconforte. Dos horas después, aquí me
tenéis. De madrugada y con estrellas.
La bella Casiopea aún
vive. Ahí está en el cielo, eme mayúscula unas veces, otras uve doble, seis
meses cabeza arriba, otros seis cabeza abajo. Y así mientras duren los tiempos.
La leyenda más común
hace a Casiopea hija de Árabo, que dio nombre al reino de Arabia, esposa del
rey etíope Cefeo, y madre de la hermosa Andrómeda. Casiopea se mostraba
orgullosa de su propia belleza y de la de su hija y en algún corrillo cortesano
dejó caer que superaban en hermosura a la Nereidas, las protegidas de Posidón,
señor de las aguas; más bellas incluso que la mismísima Hera, hermana y
legítima esposa de Zeus.
Envanecimiento intolerable. Las diosas piden castigo a este exceso de arrogancia. Ningún mortal es igualable siquiera a un inmortal. Casiopea ha de pagar su atrevimiento.
Envanecimiento intolerable. Las diosas piden castigo a este exceso de arrogancia. Ningún mortal es igualable siquiera a un inmortal. Casiopea ha de pagar su atrevimiento.
Y Poseidón envía a las
costas etíopes a Ceto, un terrible monstruo cetáceo —¿una orca asesina?— que
arrasa el reino de Cefeo y Casiopea. Viendo la devastación de sus dominios, los
reyes acuden al oráculo de Amón.
En este punto, el relato
se interrumpe, la trama se complica, la leyenda se enriquece. La bella Andrómeda,
heredera de Etiopía, estaba en edad de merecer, tenía pretendientes, y sus padres
sopesaban las ventajas de unos y otros. Aceptarían como yerno al príncipe
Agénor, tío carnal de Andrómeda por parte de padre, pero preferían a uno de los
hijos del tío Agénor, bien Fénix, el mayor, bien Fineo, el más pequeño de los
primos. En estos casorios y tratos nupciales andaba la familia real etíope
cuando Casiopea se subió a la parra de su hermosura y provocó la llegada de
Ceto, que devoraba hombres y ganados sin piedad.
El sacrificio sugerido
por el oráculo se veía venir: ofrecer a la hermosa Andrómeda a las fauces de
Ceto. El rey y la reina maldijeron su destino y lamentaron el de su hija, en
vano desgarraron sus ricas vestiduras y llenaron de ceniza sus cabellos, en
vano imploraron a los dioses rasgando el cielo con sus lamentos. No les quedó
otra que la amarga ofrenda. Desnuda y encadenada a una roca junto al mar, Cefeo
y Casiopea ofrecieron a su hermosa hija Andrómeda. Así la encontró el esforzado
Perseo, que pasaba por Etiopía tras degollar a la Medusa, con cuya mágica y
temible cabeza viajaba.
Perseo enseguida se
prendó de Andrómeda. La liberó de sus cadenas y la pidió en matrimonio a los
reyes. Se libró luego del monstruo haciéndolo mirar a los ojos de Medusa: Ceto
se convirtió en piedra, en coral, al decir de algunos.
Cuentan otros que antes
de la boda exprés hubo un complot, y que el tío Fineo se presentó en el palacio
real acompañado de buen número de hombres armados —también se nombra a Agénor y
a Fénix— e invocó la promesa de casamiento con Andrómeda que le habían dado
Cefeo y Casiopea. Muchos eran los del bando de Fineo. Menos, los de Perseo. La
discusión pasó a mayores, no bastaron las palabras y se desenvainaron las
espadas. Perseo hubo de recurrir a los terribles ojos de Medusa para deshacerse
de sus contrincantes y abandonar Etiopía con su bella esposa. Se establecieron
en Séfiros, donde tuvieron siete hijos y fueron felices y comieron perdices.
Pero los dioses no olvidan,
ni perdonan lo imperdonable. Consintieron el final feliz de Andrómeda porque
ella no era culpable de engreimiento, sino víctima del de su madre. Casiopea no
podía irse de rositas, insistían las diosas.
Y Poseidón se la llevó
al cielo, la ató a una silla en una postura incómoda —hay quien habla de un
potro de tortura—, condenándola así por
los tiempos de los tiempos, la mitad del año bocarriba, la otra mitad bocabajo,
según la rotación de la bóveda celeste.
Y colorín, colorado,
hasta el pozo Paco hemos llegado, y este cuento se ha acabado.
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