El primer libro suyo que leí fue El buque fantasma (1992), aquella
crónica de una generación de universitarios antifranquistas entregados en
cuerpo y alma a la clandestinidad y a la revolución, a las discusiones
ideológicas, a las asambleas, manifestaciones y huelgas, con más entusiasmo que
efectividad. Luego, cuando realizaba el doctorado en Madrid, compré en la
cuesta de Moyano Las nubes por dentro,
sobre el que hice el trabajo final de uno de los cursos, titulado «Lo
autobiográfico en la literatura española actual», dirigido por el profesor
Romera Castillo. Ese libro era el tercero de una serie —con Diligencias alcanza los 22 títulos—,
llamada Salón de pasos perdidos, el
mayor, y mejor, empeño diarístico de nuestra historia literaria. Con más de
once mil páginas hasta ahora, estos 22 volúmenes de diarios de Trapiello
conforman lo que él llama “una novela en marcha”, un personal relato de su cotidianeidad
que es en realidad un monumental fresco de vida contemporánea.
En estos diarios, o monólogos
discontinuos del yo, está la esencia de la literatura autobiográfica, pues se reflejan,
“aún calientes”, las situaciones vitales del escritor. Cada volumen del Salón de pasos perdidos abarca un año
exacto, del uno de enero al 31 de diciembre, y todos guardan un aire de
familia: exactitud y precisión en los detalles, interpretación subjetiva del
presente, o del pasado inmediato, ordenación natural de las anotaciones y selección
del material narrativo: no se cuenta toda
la vida, porque sobre ser imposible resultaría aburridísimo.
Además del propio amanuense, de su
familia y de sus amigos, por las páginas de Diligencias
asoma una multitud de personajes, escritores conocidos del autor, o saludados,
pintores y escultores, fotógrafos, algunos políticos, señalados con las
iniciales de su nombre o con una simple equis, albañiles, mendigos, profesores
y académicos, periodistas, libreros de viejo, editores, electricistas,
pacientes que esperan en la consulta de un oculista, músicos, vecinos y vecinas
de su barrio madrileño, magistrados, simples transeúntes… Los hechos narrados y
los espacios, como puede esperarse, son igualmente variopintos: cenas y comidas
familiares, paseos por Madrid, por los alrededores de Las Viñas, por ciudades
como Pontevedra, Cádiz o Cuenca, a donde lo llevan los bolos para presentar alguno de sus libros, dar una conferencia o
participar en una lectura poética, sesiones de la Real Academia (imposible
evitar la carcajada al leer la crónica de una de ellas), problemas de salud,
visitas a exposiciones, sus idas dominicales al Rastro, enfermedades y muertes
de personas cercanas, algún rifirrafe, filias y fobias literarias y artísticas
—la anotación sobre el artista Miquel Barceló y su Cúpula de la Sala de los
Derechos Humanos y la Alianza de Civilizaciones en el Palacio de las Naciones
Unidas en Ginebra, es un impagable tratado sobre arte contemporáneo—, desde los
clásicos o sus más estrictos contemporáneos, la final de Wimbledon entre Roger
Federer y Rafa Nadal, sus trabajos menestrales en Las Viñas…
Dignos
de reseñar son también los aforismos, que nos sorprenden en cualquier página y
nos dejan rumiando, como esas
florecillas silvestres que nos pasan desapercibidas hasta que un día nos
acercamos a ellas y nos maravilla su belleza y perfección, y el interés por el
lenguaje, por rescatar alguna que otra palabra o expresión “del terruño”, como los noventaiochistas,
encontrada en un libro, oída al paso en la calle o en un regateo en el Rastro.
En
fin, un sinfín de historias, propias unas y ajenas otras, en las que brilla la
sensibilidad, la inteligencia y el humor del más cervantino de nuestros
escritores actuales.