Imagen: Giorgio Zampa, Rilke, Kafka, Mann. Letture e ritratti tedeschi (1968) |
4 Florencia 1936 - 1940
Imagen: FLUXUS
20 - Geteilte Post: FRANZ KAFKA an GRETE BLOCH https://www.youtube.com/watch?v=dVxIwnu4bmw |
Páginas de un escritor rural
Imagen: Giorgio Zampa, Rilke, Kafka, Mann. Letture e ritratti tedeschi (1968) |
4 Florencia 1936 - 1940
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Posible podría haber sido la existencia de una relación erótica entre Kafka y Grete Bloch, pero imposible nos parece a la vista de lo que leemos en las cartas y en los testimonios conservados. Por otra parte, tenemos a Kafka por hombre sincero y no creemos que ocultara en sus cartas y en sus diarios una experiencia de ese tipo, como no ocultó la fugaz y honda pasión por Gerti Wasner o por otras mujeres.
Cada uno de los protagonistas de este drama sentimental vive una intensa tormenta interior. En la primavera y comienzos del verano de 1914, superada la crisis que se inició en septiembre del año anterior, Felice prosigue con los planes de boda ‒visita en Praga a la familia Kafka, buscan piso y muebles, fijan la ceremonia para septiembre‒, lo que supone despedirse de Berlín y de su vida anterior. Está dispuesta al sacrificio por amor, pero le inquieta el futuro: conoce muy bien la postura de su prometido ante la vida en pareja, sus problemas de salud, sus altibajos anímicos, le preocupa no ser capaz de soportarlos y que su matrimonio se malogre.
La señorita Bloch briega también con lo suyo. En ningún momento olvida la confianza de Felice al encomendarle la mediación, pero se siente abrumada ‒¿o quizá culpable?‒ por el interés que él le muestra en sus cartas. K insiste en encontrarse con ella a solas donde sea: “si me quedo por Pascua en Praga, tendremos que vernos, sea en Viena, sea en Praga, sea en cualquier lugar a medio camino, en los bosques de Bohemia o en otro sitio”, le escribe el 9 de marzo; tres días después repite su deseo: “encontrarnos el sábado hacia el anochecer en algún lugar a medio camino y pasar el domingo juntos, en el caso de que tenga usted ganas. ¿Le gustaría? A mi mucho. Dígame algo. Repasaremos entonces el horario de trenes y buscaremos un lugar bonito”. Por diversas razones, ese encuentro a solas nunca se produce.
Es posible que Grete se haya hecho ilusiones con K, sobre todo si se rompiera el noviazgo entre él y su amiga, pero al ver que la cosa se arregla ‒la reconciliación es en parte consecuencia de su tercería‒ y que siguen adelante los planes de boda, decide hacerse a un lado, no interferir y desaparecer de sus vidas. Surge esta suposición al leer unas líneas de la carta del 15 de abril ‒“No debe abandonarme, eso sería absolutamente inadmisible, y yo no lo toleraré. Tampoco existen motivos para ello”. (C, p. 772)‒, que sugieren la negativa de Grete Bloch a seguir su relación con Kafka y su intención de no asistir en Berlín a primeros de junio a la celebración del compromiso de boda.
Grete Bloch es otra amada de papel, a la que solo ha visto en dos ocasiones, al principio y al final de los nueve meses escasos que dura su relación epistolar. En esa construcción literaria, Felice representa el principio de realidad, el materialismo de la vida burguesa, el matrimonio y la familia, los valores tradicionales, conservadores, mientras que Grete es el espíritu rebelde y rompedor, anticonyugal, la figura de la amante apasionada en este adulterio de papel. Le sigue el juego a Kafka, y quizá hubiera llegado más lejos en otras circunstancias, hasta que es consciente de que no puede traicionar a su amiga, y viendo que él insiste, incluso con ideas descabelladas ‒“hemos decidido, y no va a poder oponerse a ello que, cuando estemos casados, vendrá a vivir con nosotros durante un periodo largo [...] Si al final alquilo el piso mencionado en la última carta, tendremos espacio suficiente” (C, 801)‒ decide sincerarse con su amiga y descubrirle el doble juego de Kafka.
El 11 de julio de 1914, Franz Kafka viaja a Berlín, quiere hablar con Felice para aclarar dudas. Se aloja de nuevo en el Askanischer Hof, y queda citado con ella al día siguiente por la mañana. Llegada la hora, aparece en el salón del hotel Felice acompañada de su hermana Erna y de Grete Bloch. Franz Kafka llama a esta escena “el tribunal en el hotel”, porque en un juicio con víctima, fiscal, acusado, pruebas, juez y condena se convierte el encuentro. Unos días antes, la señorita Grete le ha enseñado a Felice aquellas cartas en que K le confesaba sus dudas y opiniones respecto al matrimonio. Felice se muestra elocuente y contundente en sus argumentaciones. Kafka calla. No se defiende. Apenas se explica. Todos, incluso los padres de Felice, sabían de su aversión a casarse y crear una familia. De su necesidad de escribir antes que de amar. Felice anula el compromiso. Adiós, Franz.
Así lo cuenta él en su diario: “El tribunal en el hotel. La ida en el coche de caballos. La cara de Felice. Se atusa el pelo con las manos, se limpia la nariz con la mano, bosteza. De pronto reacciona, dice cosas bien pensadas, largo tiempo guardadas, hostiles […] En casa de sus padres. Unas cuantas lágrimas de su madre. Recito la lección. Su padre lo comprende correctamente desde todos los puntos de vista […] Me dan la razón, contra mí no cabe decir nada, o no mucho. Diabólico con toda inocencia. Aparente culpa de la señorita Bloch”. Y meses más tarde, en la última carta a Grete, donde reconoce su culpabilidad: “Dice usted que la odio, pero no es verdad. Aunque todos la odiasen, yo no la odio, y no solo porque no tengo derecho a hacerlo. Usted se sentó como juez ante mí en el Askanischer Hof, fue aborrecible para usted, para mí, para todos, pero sólo se veía así, en realidad yo estaba sentado en el lugar de usted y hasta hoy continúo sentado en él”.
Franz Kafka y Grete Bloch se encontraron casi un año después, el fin de semana del 22 y el 23 de mayo de 1915, cuando ella organizó el encuentro de Kafka con Felice, al que también se unió Erna Bauer. Desde Bodenbach, en la Suiza bohemia, los cuatro enviaron una postal a Ottla. Aparte de alguna vaga y lacónica alusión en los diarios y en las posteriores cartas a Felice, nada más sabemos de Grete Bloch por los escritos de Franz Kafka.
Hace exactamente un año, en la entrada titulada «El nombre de la enfermedad», usé por primera vez el compuesto covidiotas, que le había escuchado a unos periodistas radiofónicos, como ejemplo de la rapidez con que nuestra lengua iba reflejando su vitalidad y sus nuevas necesidades expresivas relacionadas con el maldito virus de Wuhan y la COVID-19, y ayer mismo podíamos leer en El País que esa palabra se había incorporado al diccionario histórico de la RAE. Es lamentable que la pandemia siga en expansión, como también que siga habiendo idiotas negacionistas: ¿erradicaremos algún día la estupidez del ser humano?
Las investigaciones sobre la reacción de nuestro organismo a las vacunas contra el coronavirus han puesto en el foco léxico dos términos médicos como coágulo y trombo, que merecen unos minutos de atención.
La etimología, como es tan frecuente en español, nos lleva a nuestras dos lenguas clásicas por excelencia, el latín y el griego. Los antiguos romanos se servían del verbo CŌGO con el sentido de empujar, impeler hacia un lugar, reunir, concentrar, juntar en un punto, conceptos que podían referirse tanto a personas (cogere turbam ad merces emendas, ‘reunir a la muchedumbre para comprar mercancías’), como a animales (pecudes stabulis cogere, ‘recoger el ganado en los establos), como a las nubes, los vientos y las lluvias (caelum hoc in quo nubes, imbres ventique coguntur, ‘este cielo, en el que se juntan las nubes, las lluvias y los vientos). También usaban el mismo verbo para indicar que la leche se ponía espesa, pastosa: cogere lac in duritiam, ‘cuajar la leche’.
De ese verbo con sentido acumulativo proceden por derivación el verbo CŎĀGŬLO y el sustantivo CŎĀGŬLUM, madre de gemelos, es decir, de un doblete léxico, uno culto, tomado de los escritos ‒coágulo‒, y otro que entró por la vía popular, oral: cuajo. Y por ahí se entenderá, sin necesidad de ser médico, que mala cosa es que se cuaje o espese la sangre, o que se le formen grumos, pues si el rojo fluido no discurre con liquidez tendremos un serio problema de salud.
Cuando los griegos de la Antigüedad veían un montoncito de tierra en el suelo ‒la entrada de un hormiguero, por ejemplo‒, un otero o una pequeña colina, o sea, un cúmulo que interrumpía la continuidad de lo llano, lo llamaban θρóμβοσ (trómbos), que es otra de las palabras que los médicos usaron para llamar a lo que impedía la fluida circulación de la sangre por haberse formado un cúmulo obstructivo, un trombo.
Gracias a la intensa farmacovigilancia impuesta por la pandemia coronavírica, se están estudiando minuciosamente los “eventos trombóticos infrecuentes”, es decir, los raros casos de trombosis supuestamente vinculados con las vacunas anti-covid19.
En relación con estos peligrosos procesos de coagulación sanguínea, he encontrado estos días las palabras trombocitopenia ‒una policomposición de tres lexemas de origen griego: trombo + cito (célula) + penía (carencia)‒ , indicadora de un bajo número de plaquetas, que son las células especializadas en la coagulación, y la parasintética hipercoagubilidad ‒prefijo + lexema + sufijo‒, equivalente a la trombofilia o facilidad para generar trombos.
Estamos, pues, ante dos familias léxicas obstructivas, semánticamente emparentadas ‒trombo, coágulo‒, que apuntan a conceptos y procesos negativos, perjudiciales para el natural flujo o discurso de la vida, así que mejor que obstaculizar propósitos, que amordazar bocas y reprimir sentimientos o impedir actuaciones, busquemos siempre la fluidez de las ideas, de las emociones, de las palabras.
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2 Una muchacha delicada, joven y, sin duda, algo peculiar
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