sábado, 9 de septiembre de 2023

Memoria y desmemoria


Dante Gabriel Rossetti, Mnemósine

Hay quien tiene memoria de elefante y quien la tiene de pez, o de grillo; quien la honra públicamente y quien la borra a toda costa; quien la guarda íntegra y quien la pierde a cada paso. Memoria selectiva. Olvido selectivo. A conveniencia. Confianza en que el tiempo diluya los contornos, la realidad de los hechos. En que el pasado, o el presente, se revisione con el sesgo apropiado.

En la Grecia antigua, la palabra mnémes (μνήμησ) nombraba la memoria, personificada ‒ divinizada‒ en la titánide Mnemósine, hija de Gea y de Urano. Cuenta el mito que para celebrar la victoria sobre los Titanes y el nuevo orden universal, los Olímpicos pidieron a Zeus que creara unas divinidades que insuflaran en hombres y mujeres la capacidad de crear belleza y cantar las hazañas de dioses y héroes. Oída la instancia, el omnipotente tuvo la ocurrencia de acostarse durante nueve noches consecutivas con Mnemósine, que acabó dando a luz nueve hermosas muchachas que favorecían el pensamiento, la elocuencia y aplacaban las riñas entre los humanos, a quienes conferían dulzura, capacidad de persuasión, sabiduría sobre el pasado, sobre los números, sobre la música y la astronomía, favoreciendo la creación de dulces melodías, conmovedores cantos líricos y épicos, cautivadoras comedias y tragedias y vistosas danzas.

Mnemósine, encarnación del recuerdo y del lenguaje, era imprescindible para la vida. Tenía la llave de la belleza y del conocimiento. Y la del progreso humano. Fuera de ella todo era caos y repetición que a nada conducían, pues a nada llegan los hombres sin memoria y sin lenguaje, que sus hijas, las musas, fueron favoreciendo en aedos, poetas y filósofos.

La raíz mném- es la base de nuestra mnemotecnia, de nuestros trucos mnemotécnicos o procedimientos para facilitar el recuerdo de algo. Si a ese lexema le añadimos el prefijo privativo a- nos encontraremos con la palabra amnesia, que remite a la pérdida o debilidad notable de la memoria.

Las personas somos memoria. Gracias a ella nuestra vida, nuestro yo, tiene continuidad. Somos tiempo, pero también recuerdo, conciencia de lo más remoto y de lo más inmediato. La memoria nos mantiene en lo que somos, nos proporciona identidad personal, e histórica, social, cultural. El caballito ‒hipocampo‒, protegido en lo más profundo de nuestro cerebro, mantiene las conexiones con nuestro pasado y con nuestro presente, nos hace recordar y aprender.

Sin embargo, también somos capaces de olvidar voluntariamente (o de aparentar que olvidamos), incluso de crear falsos recuerdos y de distorsionar el pasado mezclando detalles, personas o situaciones. Esas fragilidades o desconexiones de la memoria ‒olvido, distorsión, reescritura del pasado, incluso del presente más inmediato mediante el discurso de la postverdad‒ se observan con más frecuencia de lo socialmente sano y deseable en el ámbito de la política. Oímos un ejemplo hace unos días: «Yo no soy un rival político e ideológico de Junts», proclamó sin sonrojo quien ayer despreciaba como delincuente prófugo de la justicia al que acusaba de querer romper España. He ahí un caso claro de desmemoria. También de cinismo.

Paradójicamente, la memoria ha sido un bien tan preciado como perseguido. En unos casos es seña de identidad histórica, en otros obsesión por reabrir heridas. Según la coyuntura histórica, e ideológica, recordar resulta incómodo, peligroso, incluso delito, y se ha primado la desmemoria, el olvido de los hechos. Nuestro país es paradigma de esa doble y contradictoria actitud ante la guerra civil y la ley de memoria democrática, ante la violencia de género y los derechos LGTBQI+, ante la sanidad y la educación, ante el cambio climático, según nos situemos en la derecha o en la izquierda.

Estos días, la clase política y la ciudadanía toman posiciones ‒en la memoria y en la desmemoria‒ a propósito de la condición que el exiliat de Waterloo exige a cambio de siete votos. No hablo de la desproporcionalidad entre la demanda y la oferta, de traición, ni de ruptura de España. Ni siquiera del desequilibrio que supone que la parte contratante lo olvide todo y la parte contratada no olvide nada y siga en sus trece respecto a la DUI y demás. Lo que me interesa ahora es el tema de la amnesia. Del olvido. Y de la etimología: amnesia, amnistía. Sí. Hermanas. De la misma madre.

A ver qué hacemos con ellas.


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