Bastó consultar otros periódicos de aquellas fechas, unos de la llamada Prensa del Movimiento, controlados por Falange (Imperio de Zamora, Diario de Burgos, 7 Fechas, Arriba, ABC), y otros publicados por los exiliados en Toulouse, México D. F. o París (España, España Libre, España Popular, boletines de la CNT y algún ejemplar de Mundo Obrero), para tener una idea de los hechos, que resumiré enseguida.
En la década del 50 van apareciendo señales de descontento con el régimen franquista en diversos sectores sociales. Uno de ellos, el universitario, se manifestó públicamente con motivo de la muerte y entierro de José Ortega y Gasset, a quien no se había restituido en su cátedra de Metafísica en la Universidad Central tras su regreso del exilio en 1945. Algunas crónicas hablan de miles de estudiantes en la calle Montesquinza, que acompañaron al féretro hasta la Sacramental de San Isidro. En los días posteriores hubo manifestaciones contra la manipulación de la muerte del filósofo por parte de la Iglesia y del Régimen, al asegurar que in extremis se había arrepentido y había abrazado la fe católica, hecho desmentido por la familia. En el patio de la Facultad de Filosofía y Letras hubo una reunión de estudiantes en la que se leyeron fragmentos de la obra de Ortega antes de marchar con una corona de laurel a su tumba, ante la que se leyeron nuevos textos del pensador. Finalmente, el 18 de noviembre se celebra un frío homenaje oficial en la facultad de Filosofía y Letras, en el que intervienen Pedro Laín Entralgo, Emilio García Gómez y Gregorio Marañón, que arrancó encendido aplauso al reivindicar su liberalismo, y de paso el de Ortega.
Otro hecho que contribuyó al calentamiento ambiental de la Universidad fue la realización de una encuesta encargada por el CSIC, realizada por el psicólogo José Luis Pinillos, para conocer la opinión de los universitarios madrileños sobre el gobierno, los militares, el profesorado y la jerarquía eclesiástica, que arrojó unos resultados verdaderamente demoledores: una mayoría abrumadora consideraba incompetente (tramposa, improvisadora, ignorante) a la minoría gobernante, cuando no inmoral (falta de escrúpulos, falsa, con abundancia de estafadores y chupópteros). Los militares no salían mejor parados: o bien eran tachados de ignorantes y rutinarios, o bien se les consideraba inmorales por mujeriegos, brutales, o borrachos. Los universitarios madrileños denunciaban también la ausencia de maestros eminentes, la insinceridad e hipocresía de los profesores y la escasa dedicación profesional. Finalmente, consideraban inaceptable la política social de la iglesia y su olvido de la clase trabajadora. De los 400 estudiantes que realizaron la encuesta, el 80% se declaraban monárquicos o republicanos, frente a un 20 % de falangistas. Se manifestaba así, según Pinillos un descontento entre los universitarios, que no se mostraba públicamente por miedo colectivo, por las repercusiones económicas que pudiera tener una actitud protestataria, y por la falta de “ideales claros y constructivos”, quedando fácilmente expuestos al influjo de los comunistas.
Prueba de que la caldera universitaria de Madrid estaba bien caldeada son los llamados «sucesos de febrero del 56», una serie de acontecimientos que acabó con la destitución del ministro de Educación y la del decano de Derecho, y con algún relevo en Falange. Uno de esos acontecimientos, instigado desde la clandestinidad del Partido Comunista y distribuido por las diferentes Facultades, es la aparición de un manifiesto dirigido al Ministerio de Educación Nacional en el que se pide la celebración, con todas las garantías, de un congreso nacional de estudiantes para abordar asuntos como la escasez y carestía de las residencias de estudiantes y colegios mayores, que abocaban a muchos estudiantes a pensiones con precios crecientes y ambiente nada propicio al estudio; la continua subida en la matrícula y seguros, en los deficientes libros de texto; la mediocridad del profesorado o la destitución de prestigiosos catedráticos por motivos ideológicos; la escasez de especialidades y salidas laborales; el hoy llamado “pensamiento único” o monopolio de las ideas; el profundo divorcio, en fin, entre la Universidad ideal y la real.
Añádase la suspensión de las elecciones en el SEU al comprobarse el empuje creciente de las candidaturas de izquierda, y la consiguiente marcha de protesta hacia el Ministerio de Educación Nacional. La ocupación violenta, al día siguiente, de la Facultad de Derecho, con destrozos y ataques a estudiantes por un grupo de falangistas. Finalmente, el enfrentamiento, el día 9 de febrero, entre estudiantes falangistas que acababan de participar en un homenaje al «estudiante caído», camarada Matías Montero, y estudiantes de tendencias progresistas que se manifestaban contra la ocupación de la Universidad el día anterior. En medio de la trifulca suenan unos disparos y resultan varios heridos. Uno de ellos, un falangista de 19 años, camarada Miguel Álvarez, con un balazo en la cabeza, fue inmediatamente convertido por el régimen en el nuevo «estudiante caído», y su sangre derramada serviría “para redoblar la fe y tensar los arcos de la acción revolucionaria del Movimiento por caminos claros y concretos”1.
Los sucesos del 56 acabaron como era de esperar: varios estudiantes destacados de izquierdas detenidos, interrupción de las clases y suspensión por tres meses de los artículos 14 y 18 del Fuero de los Españoles, relativos a la movilidad por el territorio nacional y a la detención y puesta a disposición judicial de los detenidos.
Entre los estudiantes que esos días acabaron en la Dirección General de Seguridad encontramos a Miguel Sánchez-Mazas Ferlosio, filósofo y matemático, hijo de Rafael Sánchez Mazas, miembro fundador de Falange; Dionisio Ridruejo, poeta, camisa vieja, defensor del fascismo y soldado en la División Azul, que viró ideológicamente a posturas críticas con la dictadura franquista; Ramón Tamames, comunista en su juventud y paladín de la ultraderecha en su vejez; Enrique Mújica, que llegaría a ser diputado en el parlamento nacional, Ministro de Justicia y Defensor del Pueblo; Javier Pradera, fundador de El País, miembro del Consejo de Alianza Editorial y creador de la colección «Alianza de bolsillo»; Gabriel Elorriaga, diputado ya en democracia, senador y gobernador civil en Santa Cruz de Tenerife; y José María Ruiz Gallardón, diputado también en 1982.
La detención de estos jóvenes universitarios me recordó la reflexión del policía secreta de Martínez de Pisón, pues bien pudo tenerla realmente alguno de los policías que detuvo a estos estudiantes izquierdistas que se enfrentaron a los de Falange.
1934‒1956. Se cierra así el primer círculo viciado de esta historia, que es el de la pervivencia, 22 años después, del camarada caído, de la sangre derramada por la patria, de un falangismo totalitario, militarista, que persigue la disidencia y gusta de exhibir músculo en las calles, que busca la instauración de un partido único, de un pensamiento único, de un caudillo al que se deben lealtad y obediencia hasta la muerte. Un falangismo que en esa década empieza a perder fuelle en el poder, con una base social cada vez más reducida que podemos ver hoy, qué cinismo, cuánta desfachatez, manifestándose en las calles de muchas ciudades del país a favor de la libertad y contra la dictadura de la democracia parlamentaria.
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1 "Sangre falangista”, en 7 Fechas, 14 febrero 1956, p. 1.
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