I
Entre los relucientes
edificios de acero y de cristal,
sobre las pizarras y chimeneas,
sobre las copas de sauces y álamos,
más alta aún que el vuelo
de herrerillos, garzas y golondrinas,
que el alegre bullir mañanero,
al otro lado del Somme y la tarde,
oh tan frágil belleza de las rosas,
remonta el azul la flecha de Dios,
la columna sagrada
de la simetría y la perfección,
donde habita la luz
que todo lo penetra
y sobrevive al tiempo
más allá de la piedra.
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