El hombre corta una rosa, la sostiene entre sus manos, la contempla y luego ofrece su aroma a la mañana. No es un monje recogido en su tarea; hace ya una eternidad perdió la fe. Tampoco cree en los demás. Se sirve de ellos, los utiliza. Los desprecia. Después de cortar la rosa el hombre llama por teléfono. Si sus manos cortan rosas, sus palabras provocan una guerra. Es un hombre de negocios. El hombre que corta las rosas guarda una pistola en su pecho, vive en una montaña de billetes de mil dólares y desde la cima toca el cielo con sus manos. Allí crece su jardín de rosas negras.
jueves, 26 de agosto de 2010
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