“Del lugar ya hemos hablado: se trataba de un pequeño montículo situado detrás
del palacio de los Leopardi, de una especie de quilla de barco con la que la ciudad
de Recanati rompía aquel inmenso mar de tierras de Las Marcas. Un montecillo
silencioso, retirado, con algunos pinos de espesa copa en los que el viento
gemía y un seto que, a veces, según la posición del visitante, privaba a la
mirada de la infinitud del paisaje lejano. A este lugar apartado asistía el
poeta con frecuencia en los días de fracaso” (Antonio Colinas, «Introducción» a
Poesía y prosa, de Giacomo Leopardi. Ed. Alfaguara, 1979).
Sempre caro mi fu quest'ermo
colle,
e questa siepe, che da tanta parte
dell'ultimo orizzonte il guardo
esclude.
Ma sedendo e mirando, interminati
spazi di là da quella,e sovrumani
silenzi, e profondissima quiete
io nel pensier mi fingo, ove per
poco
il cor non si spaura. E come il vento
odo stormir tra queste piante, io
quello
infinito silenzio a questa voce
vo comparando: e mi sovvien
l'eterno,
e le morte stagioni, e la presente
e viva, e il suon di lei. Così tra
questa
immensità s'annega il pensier mio:
e il naufragar m'è dolce in questo
mare.
(Recanati, septiembre 1819)
*
Siempre caro me fue este solitario
cerro
y estos arbustos que tanta parte
del lejano horizonte a la vista
esconden.
Mas sentado, y mirando,
interminables
espacios más allá, y sobrehumanos
silencios, y profundísima quietud
veo en mi imaginación, donde
el corazón no llega a sentir miedo.
Y como el viento
oigo susurrar entre las plantas,
aquel
infinito silencio a esta voz
voy comparando; y me acuerdo de lo
eterno,
y de las muertas estaciones, y de ésta,
presente
y viva, y de su música. De esa
inmensidad se anega mi
pensamiento:
y me es dulce naufragar en ese
mar.
(Traducción: Pérez Zarco)
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