domingo, 5 de junio de 2022

Lenguas sin límites

 Me quedé turulato al leer el titular: “El Congreso deberá corregir el error del PSOE que ‘destopa’ ‒sic, entrecomillado‒ la base mínima de cotización”. Era la primera vez que me topaba con ese palabro y no tenía ni idea de su significado, ni supe intuirlo en el contexto de esa frase. Pensé primero que sería una derivación de la palabra inglesa stop ‒alto, detenerse, pero no le encontraba sentido a la frase: ¿un error del PSOE detiene la base mínima de cotización? ¿Qué querrá decir eso? Tampoco me parecía, en el caso de que la palabra procediera de stop, que la derivación estuviera acorde con las normas del castellano, en el sentido de que era más lógico que de stop se derivara desestop, no destop ni destopar, por lo que rechacé esta primera hipótesis, pinché en el titular que enlazaba con la noticia completa y encontré este subtítulo: “El PSOE ‘destopa’ las bases máximas de cotización tras el error del PSOE en la votación”. La cuestión semántica se complicaba, porque en el título se relacionaba la destopación ‒o destope‒ con la base mínima de cotización, y en el subtítulo lo hacía con la base máxima de cotización. Trataba la noticia sobre las aportaciones de nuestros sueldos a la Seguridad Social y su relación con las pensiones de jubilación, pero persistía la niebla en torno a destopar.

Consulté otras publicaciones digitales y en todas aparecía el neologismo en una u otra forma ‒destopar, destopa, destope‒, hasta que encontré una frase iluminadora: “Actualmente, la base de cotización está topada a 4.070,10 € mensuales”. Ahí se encendió la luz de la comprensión. Topar equivale a limitar o poner límite, y su contrario, quitar la limitación, es destopar. La palabreja nada tenía que ver con stop, sino con tope, o con topar.

En el diccionario académico no se registran destopar, ni destope, aunque parece que los términos se vienen utilizando desde hace una década en el argot de la Economía, referidos siempre a las cotizaciones a la Seguridad Social. La Fundéu (Fundación del Español Urgente) afirma al respecto: “Las formas topar y destopar, así como el sustantivo destope, son válidos en el ámbito económico para referirse respectivamente a la acción de poner un tope y a la acción y efecto de quitar el límite o techo que se venía aplicando”. Después de ilustrar con unos ejemplos y de no asegurar la etimología de los términos, concluye que “son palabras que no cabe censurar”.

Pasada la inicial estupefacción y aclarados los conceptos, consulto topar en el diccionario de la RAE, y ninguna de las 11 acepciones consignadas tiene que ver con el concepto de “limitar” o poner límite. En cuanto al origen de la palabra, se propone la onomatopeya del choque, top, que no aparece recogida como tal en el diccionario.

La siguiente consulta es tope, que resulta ser una homonimia, es decir, la coincidencia fonética de dos palabras con etimologías distintas, y por tanto, con significados diferentes. El primer tope procede de topar, y recoge acepciones relacionadas sobre todo con el concepto de choque, si bien en su segundo sentido ‒pieza que sirve para impedir que el movimiento de un mecanismo pase de cierto punto‒ da argumentos para el sentido figurado de ‘límite o máximo posible al que puede llegar algo’.

El otro tope es un galicismo, de madre francesa medieval ‒top‒, con que se designa el máximo al que podía llegar algo y, antes, en marinería, al marinero que estaba de vigía por encima de la cofa, que era el lugar habitual para otear el horizonte y avisar de avistamientos: el marinero tope estaba en lo más alto, por encima de la cofa, en el extremo de la arboladura. No parece muy descabellado pensar que el destopar y el destope que nos ocupan, procedan de esta palabra de origen francés y de esa idea de lo más, lo máximo, como dejan ver las expresiones a tope o hasta los topes.

Como filólogo, pero sobre todo como usuario de la lengua española, me alegran y me interesan estas creaciones léxicas. Bienvenidas sean los neologismos que expresan nuevos matices, que crean sinónimos, que nombran lo que no se ha nombrado hasta ahora, que enriquecen la expresión e iluminan con más nitidez la realidad.

Cuanto más libre, y más culta ‒conocedora de su tradición lingüística‒ es una sociedad, más libre y creadora es su lengua. El problema de las lenguas, como el de las personas, es el constreñimiento que imponen los poderes, las orejeras ideológicas, semánticas, que tratan de colocarnos quienes no aspiran a la libertad de pensamiento y de expresión, y se arrogan la exclusividad de conceptos como libertad, patria, justicia, igualdad, familia, educación, memoria, cultura o diversión. Las tiranías y los totalitarismos son también mordazas para los idiomas.

Frente a la univocidad semántica, la plurisignificación. Frente a la escasez, la riqueza léxica. Frente al tope, el destope. 


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