La redención por el amor, del
amor: luminosa como una mañana de abril con cielos puros y primavera en flor.
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Quién soy y qué he hecho con mi vida, y cómo me gustaría que
fuera en lo que me queda.
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Lo que hace uno con los años. Lo que hacen los años con uno.
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Homonimias
Ambas palabras comparten origen, nacieron de la misma
palabra árabe, zahr (flor), pero no
por eso hay que confundirlas en nuestro romance hispano.
Con frecuencia, un hecho fortuito, una casualidad, es la
chiribita que prende en la llama íntima de unos versos, la centella que se
eleva fugaz en un aforismo, el súbito destello que despierta a la musa dormida
y nos pone manos a la obra en busca de un artículo, de un cuento, de una
novela.
En ese camino, desde la iluminación germinal hasta la
escritura del texto, hay quien se convierte en botánico y llena sus versos, o
sus párrafos, de flores y flores y más flores —líricos adjetivos, inusitadas
sinestesias, melancólicas metáforas y atrevidas comparaciones—, de manera que
el lector, más que reconfortado acaba embotado. El exceso de fragancias se
convierte en tósigo aturdente, asfixiante.
La escritura es azarosa. Pero el mucho azahar la hace pesarosa.
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