He leído este libro en cinco o seis tardes, junto a la
estufa y cerca de un balcón por donde entraba la luz sin brillo de los días con
lluvia y con silencio en las calles. Un disfrute.
Diario de un caminante de la ciudad, cuaderno de campo
de un coleccionista de mensajes callejeros, ensayo sobre artistas singulares (escritores,
pintores, músicos, fotógrafos), crónica de viajes, relato autobiográfico, collage, libro aluvión, mosaico textual,
novela del yo… Todo eso es Un andar
solitario entre la gente, una obra también singular, libre y honesta, con
la que AMM nos adentra en su mundo más personal.
El libro está dividido en dos partes de muy desigual
extensión, «Oficina de instantes perdidos» (349 páginas), y «Don Nadie» (145),
cada una segmentada en breves secuencias tituladas con frases publicitarias o
titulares periodísticos.
El narrador —caminante de la ciudad y recolector de
toda clase de mensajes publicitarios callejeros y de retazos de conversaciones
ajenas—, utiliza mayormente la 1ª persona, que coincide con la voz del autor,
AMM, aunque a veces se habla del protagonista con el distanciamiento de la
tercera persona verbal. Este personaje sigue los pasos de algunos escritores
“deambulantes”, creadores de libros aluvión, de obras misceláneas compuestas
con muy diversos materiales, como el Quijote,
Mobby Dick y Ulises, o fragmentarias e incompletas, inacabadas por naturaleza,
como los poemas en prosa de El spleen de
París de Baudelaire o los escritos de Walter Benjamin.
Un andar
solitario sigue la estela de esas obras escritas con materiales de acá y de
allá, y de ahí su tentacularidad, su enciclopedismo, su pluralidad temática: asoma
la infancia del autor en Úbeda y su juventud en Granada, su traslado a Madrid y
su matrimonio con la escritora Elvira Lindo, la mudanza de una casa a otra, sus
estancias en París, en Lisboa, en Nueva York; nos muestra su interés por la
pintura y la fotografía en consideraciones sobre Caravaggio, El Bosco, o
hablándonos de ese pintor amigo que se levanta a pintar de madrugada, del
grafitero Vhils, de aquel raro fotógrafo mendigo checo, Miroslav Tichý, o de
Torres-García y sus juguetes; vuelve, en breves ráfagas biográficas sobre
algunos de sus músicos preferidos, a su pasión por el jazz; reivindica, en
plena era tecnológica, la creación manual (escribir a lápiz, recortar frases y
figuras con unas tijeras y pegar los recortes en un cuaderno); denuncia esa ubicua
y abusiva coacción consumista de nuestra sociedad, la suciedad, la basura
plástica y la criminal contaminación; la violencia contra el planeta, contra
los animales, contra las personas; el ruido, no ya el ruido físico, ambiental,
la polución acústica de la ciudad, sino el exceso de información, de
propaganda, de publicidad que penetra en nuestras vidas y se adueña de ellas
para convertirnos en individuos de la masa que consume y va dejando un rastro
de basura que tardará miles de años en desaparecer; pero sobre todo declara su
admiración por escritores imcomprendidos, fracasados o ignorados en su tiempo,
y referentes hoy de la modernidad como Walt Whitman, Fernando Pessoa, Emily
Dickinson, James Joyce, Oscar Wilde y, especialmente, Thomas de Quincey, Edagr
Allan Poe, Charles Baudelaire, Herman Melville y Walter Benjamin.
A la multiplicidad de asuntos corresponde la de los espacios en que transcurre y se va haciendo el libro: calles de Madrid, Londres, Liverpool, París, Nueva York, Lisboa, estaciones de tren, aeropuertos, aviones, vagones de tren y de metro, taxis, cafés, domicilios del narrador y casas prestadas en las que pasa un tiempo, habitaciones de hotel, jardines y parques públicos. Son continuos también los saltos temporales desde el presente al pasado del autor y al de esos otros caminantes de la literatura mencionados, aunque la novela es una novela del presente, un intento de narrar el presente inmediato de ese personaje que camina por la ciudad y trata de apresar todos los estímulos y circunstancias ambientales que va encontrando a su paso.
A la multiplicidad de asuntos corresponde la de los espacios en que transcurre y se va haciendo el libro: calles de Madrid, Londres, Liverpool, París, Nueva York, Lisboa, estaciones de tren, aeropuertos, aviones, vagones de tren y de metro, taxis, cafés, domicilios del narrador y casas prestadas en las que pasa un tiempo, habitaciones de hotel, jardines y parques públicos. Son continuos también los saltos temporales desde el presente al pasado del autor y al de esos otros caminantes de la literatura mencionados, aunque la novela es una novela del presente, un intento de narrar el presente inmediato de ese personaje que camina por la ciudad y trata de apresar todos los estímulos y circunstancias ambientales que va encontrando a su paso.
El verdadero protagonista del libro, sin embargo, no
es ese narrador que coincide con el autor, ni los caminantes de la literatura, ni
las ciudades, ni la música o la pintura. El protagonista de Un andar solitario entre la gente es
precisamente el lenguaje. Somos lengua viva. Somos palabra. Somos escritura. El
mundo es una inmensa página escrita con todo tipo de mensajes.
AMM hace con esta obra una honesta reivindicación de sí mismo, una declaración sincera y una valiente defensa de aquello que lo define como hombre y como escritor, de lo que lo hace sentirse vivo, satisfecho con su vida, aunque a veces tenga dudas —«Join the Mechanical Revolution», página 475—, y se plantee si tiene sentido o no escribir en el mundo de nuestros días.
AMM hace con esta obra una honesta reivindicación de sí mismo, una declaración sincera y una valiente defensa de aquello que lo define como hombre y como escritor, de lo que lo hace sentirse vivo, satisfecho con su vida, aunque a veces tenga dudas —«Join the Mechanical Revolution», página 475—, y se plantee si tiene sentido o no escribir en el mundo de nuestros días.
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