En nuestro país, todo el mundo
conoce a Miguel de Cervantes como «el manco de Lepanto» y lo sabe creador de
Don Quijote, Sancho Panza y Dulcinea, pero es sorprendente el número de quienes
no han leído, ni leerán, su novela. Es lo que podemos llamar «el síndrome
Cervantes»: saber algún dato biográfico de tal escritor, quizá el título de
alguna de sus obras, y poco más; ahí queda todo el saber literario de muchos
compatriotas, absolutamente anecdótico y superficial, que no vale ni para salir
airoso del Ahora caigo. Un ejemplo muy
comentado en su tiempo de este síndrome lo ilustró una guapa ignorante, asidua
de las revistas del corazón: «Me
encanta como escribe Vargas Llosa. No he leído nada de él, pero le sigo».
Otro de esos escritores con los que
se manifiesta tal síndrome es el norteamericano Ernest Hemingway, del que se
conocen algunos trazos, los más llamativos, de su biografía y de su carácter
—su afición por los mojitos en el Floridita de La Habana, por los safaris y por
los sanfermines—, y hasta es posible que se recuerde el título de aquella
novela sobre un viejo pescador, sin haber leído una sola línea.
Acabo
de terminar el volumen Cuentos, que
reproduce la recopilación que hizo el propio Hemingway en 1938 con el título de
Los cuarenta y nueve primeros cuentos,
donde aparecen obras maestras del género como «La breve vida feliz de Francis
Macomber», «Las nieves del Kilimanjaro»,
«Los asesinos», «Colinas como elefantes blancos», «Padres e hijos»… protagonizados
por pescadores de truchas en solitarias riberas, granjeros en perdidos rincones
de Michigan, soldados americanos que sobreviven en Italia durante la Primera
Guerra Mundial, boxeadores en declive, toreros de segunda fila, cazadores de
faisanes, matones de cine negro, viajeros que llegan en tren a París, médicos
rurales, esquiadores, hombres que padecen insomnio, camareros nihilistas,
indios que se emborrachan el 4 de julio, putas baratas que se inventan
historias de amor, gente, en fin, perdedora en su mayoría, ilusa, en cuyas
vidas mediocres se ha incrustado el alcohol, la brutalidad, la frustración, la
carencia de horizonte, la carcoma del vacío.
Cuarenta y nueve historias escritas
con un lenguaje directo, subyugante en su desnudez, que atrapa de principio a
fin del relato, y con diálogos de inusitada eficacia narrativa. El libro de un
maestro. Ideal para leer junto al fuego en estos días fríos de enero.
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