En la Espasa abreviada que había en casa de mis padres el único Zarco que
aparecía era João
Gonçalves Zarco, un noble portugués que en 1417 recibió del infante Enrique el
Navegante la misión de explorar el océano y descubrió las islas de Porto Santo
y de Madeira, de las que tomó posesión en nombre de Portugal; fue gobernador de
Madeira y fundador de su capital, Funchal. Lo cual coincidía con lo que
aventuraba mi tío Anselmito, hermano de mi madre, que hizo sus propias
averiguaciones y llegó a encargar a un genealogista el escudo que vi más de una
vez en su piso de Ciudad Jardín: en campo
de oro, una encina terrasada de sinople y un lobo de sable, pasante al pie del
tronco; bordura de gules con ocho aspas de oro.
Para
mí no era esa la mayor y mejor información sobre mi apellido materno que
brindaba la enciclopedia, sino su etimología, del árabe hispano zarqā, ‘mujer de ojos
azules’, que luego adquirió el género masculino en castellano para designar los
ojos de ese color: “los zarcos son amorosos”, escribió Lope en un pasaje de El hombre por su palabra. Según el sabio
Corominas, el adjetivo zarco está
atestiguado en castellano ya a mediados del siglo XIII, suponemos que primero
como adjetivo descriptivo —una mujer, un hombre, de ojos zarcos— y después como
apellido o apelativo de la familia que comparte ese rasgo genético de los ojos
azules, el gen EYCL1, localizado en el cromosoma 19, como efectivamente ocurre
en la rama materna de mi familia, en los etimológicos ojos azules de mi abuelo
Anselmo, de su hermana Emilia y de varios primos hermanos míos.
A
este legado genético se une la común geografía, la
realidad de una herencia solariega, de una misma «aboriginidad», si se me
permite la expresión, de una compartida oriundez o tierra patria manchega, como
indican los lugares de nación y asentamiento de nuestros pretéritos deudos:
Miguelturra, Argamasilla de Alba, Tomelloso, Ciudad Real, El Provencio, Fuente
de Pedro Naharro y Mota del Cuervo.
¿Son
mis Zarcos de hoy los Zarcos del Toboso de ayer, parientes de aquella Ana Martínez
Zarco de Morales? No puedo afirmar sin pruebas, pero tampoco negar sin
argumentos. Quizá en tiempos venideros algún académico de Argamasilla o algún
bachiller por Sigüenza descubran traspapelados papelotes que corroboren el sí o
el no de este punto. Mientras tanto, solo podemos decir algo de quiénes
fueron aquellos Zarcos tobosinos y por qué Miguel de Cervantes eligió a una de
ellos para inmortalizarla en su novela.
En las Relaciones
topográficas mandadas recopilar por Felipe II para un más preciso
conocimiento de las poblaciones de los reinos de España, las fuentes de
información para la localidad de El Toboso fueron dos vecinos, Pedro de Morales
y el doctor Zarco de Morales Villaseñor, que en entrevista realizada por los
funcionarios reales el 1 de enero de 1576 aseguraron que la villa del
Toboso, así llamada por encontrarse cerca de ella muchas tobas o cardos
borriqueños, se hallaba en su máximo
esplendor. Se contaban entonces El Toboso 700 casas y 900 almas, incluidos los
moriscos rebeldes que llegaron de la Alpujarra granadina. Todos eran
labradores, excepto el doctor Zarco, “que goza de las libertades que gozan los
hijosdalgo por ser graduado en el Colegio de los Españoles de Bolonia, en
Italia”. La tierra es rasa, continúa la relación, "llana, sana, de poca leña y
apenas caza. Cógese trigo y cebada y bastante vino, y se cría ganado ovejuno
[…] lo que en el pueblo se ha labrado y labra y hace mejor que en otro lugar,
son las tinajas para tener vino, aceite y lo que más quisieren echar en ellas,
y de las hacer, hay en el dicho pueblo mucha pericia y ciencia[…] Como cosa
particular refieren criarse en las huertas del pueblo rábanos de hasta seis y
siete libras de peso, muy tiernos, blancos y dulces”.
Rancia raigambre tobosina, pues, de
los Zarco, que exhibían con legítimo orgullo sus blasones en la fachada
principal de su casa solariega junto a la iglesia de San Antón. Este doctor
Esteban Martínez Zarco de Morales, “hidalgo acérrimo e intransigente en punto a
ideas de nobleza y caballerosidad”[1],
tuvo por hermanas a una conocida por La Zarca, y a otra llamada Ana, ya
nombrada, que es la que nos interesa y de la que podemos airear un par de
chismes.
[1] Ramón Antequera, Juicio analítico del Quijote, Imprenta
de D. Zacarías Soler, calle de Pelayo, 31, Madrid, 1863, p. 257.
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