Entre 1942 y 1946, durante su exilio en Puerto Rico,
el poeta Pedro Salinas compuso El
defensor, una colección de cinco ensayos en defensa de conceptos y
actitudes en peligro de desaparición en la moderna sociedad: la lectura, la necesidad
de una élite cultural, el lenguaje como vehículo de comunicación espiritual, su
respeto, admiración y simpatía por los analfabetos auténticos, aquellos que por
circunstancias no han tenido acceso a la instrucción escolar, aunque en muchos
casos muestren ser personas cabales, dignas y de atinados razonamientos, antes
que por los que él llama neoanalfabetos,
que saben leer, pero renuncian a cultivar su espíritu mediante la lectura y son
humanamente analfabetos. El primero de los ensayos del libro es una defensa de
la carta privada, de la relación epistolar —cartearse es “un entenderse sin
oírse, un quererse sin tactos, un mirarse sin presencia”— como vía de enriquecimiento
personal, de introspección y autoanálisis a través del lenguaje. Cuenta Salinas
al comienzo que este ensayo fue su reacción al lema “faccioso, rebelde,
satánico”, que figuraba a la entrada de todas las oficinas de Telégrafos de
Estados Unidos: Wire, don’t write: Pon telegramas, no escribas cartas.
Alarmado
por la amenaza que los telegramas suponían para las cartas —su temor estaba
completamente fundado, hoy la carta ha desaparecido de la comunicación
interpersonal—, el autor de La voz a ti
debida escribe:
“¿…
ustedes son capaces de imaginarse un mundo sin cartas? ¿Sin buenas almas que
escriban cartas, sin otras almas que las lean y las disfruten, sin esas otras
almas terceras que las lleven de aquellas a éstas, es decir, un mundo sin
remitentes, sin destinatarios y sin carteros? ¿Un universo en el que todo
se dijera a secas, en fórmulas abreviadas, de prisa y corriendo, sin arte y sin
gracia? ¿Un mundo de telegramas? La única localidad en que yo sitúo semejante
mundo es en los avernos”.
No deja de ser sorprendente la anticipación del poeta, que parece
referirse a este mundo nuestro de hoy, donde hemos dejado de cartearnos, utilizamos
un máximo de 140 caracteres para hacer comentarios sobre lo divino y lo humano,
y empobrecemos nuestros mensajes plagándolos de anglicismos, abreviaturas e
iconos.
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