Manuela Polo León había nacido en Córdoba el día 15 de enero de 1885.
Entre 1905 y 1906 debió superar los ejercicios y requisitos necesarios para
ingresar en la Escuela Normal de Maestras de Primera Enseñanza de Córdoba —haber
cumplido 20 años, observar buena conducta moral y religiosa; mostrar una buena
caligrafía tanto en mayúsculas como en minúsculas, superar una prueba de
dictado, resolver problemas de Aritmética y desarrollar un tema de pedagogía—,
en la que permaneció dos años estudiando el Catecismo de la doctrina cristiana
y la Historia Sagrada, Gramática castellana, fundamentos de Geometría, Dibujo
Lineal y Agrimensura, Geografía, Historia, nociones básicas de Agricultura,
principios de Educación y métodos de enseñanza, y perfeccionando su ortografía,
su técnica caligráfica y su lectura oral de verso y prosa. En septiembre de
1908 ya era poseedora del título del título de maestra en enseñanza elemental.
En septiembre de 1909 —con 24 años y más de un año de servicio en una
escuela de Sevilla como auxiliar, con un sueldo de 500 pesetas al año—, la encontramos
de aspirante a una plaza en propiedad en la escuela incompleta mixta de Lagüelles,
un pueblo leonés hoy desaparecido bajo las aguas del embalse «Barrios de Luna».
En octubre del año siguiente, buscando la cercanía con su origen y una mejora
en el sueldo, participa en Granada en las oposiciones a plazas en propiedad en escuelas
de niñas, dotadas con menos de 2.000 pesetas. Ahí le perdemos la pista
documental hasta el 3 de marzo de 1914, en que toma posesión como maestra auxiliar,
por oposición restringida, en la escuela de niñas de La Campana (Sevilla),
donde permanece dos años. Más tarde, el 1 de abril de 1916, doña Manuela Polo,
cuyo sueldo anual asciende ya a 1.500 pesetas, ocupa la plaza de maestra de la
primera escuela de niñas de Belalcázar, hasta el fin del curso 1918-1919. Desde el 1 de septiembre de 1919 hasta el 22
de julio de 1926, ejerció doña Manuela en la escuela de niñas Torrecampo, “con
esmerada diligencia, actividad y celo y a satisfacción” de la Junta Local de
Enseñanza y de todo el vecindario.
En nuestro archivo municipal, entre las actas de las reuniones de la Junta Local
de Primera Enseñanza, se conserva la de la toma de posesión de doña Manuela
Polo. Fue el día 1 de septiembre de 1919 y comenzó a las once de la mañana en
el salón de plenos del consistorio, en presencia del señor alcalde, don Juan
Santofimia Melero, y de seis ilustres varones de la villa (dos concejales, el
cura párroco, un maestro, el farmacéutico, el inspector de sanidad). Tras las
lecturas protocolarias —acta de la sesión anterior, oficio del Jefe de la
Sección Administrativa de Primera Enseñanza de Córdoba informando de la
adjudicación de la plaza—, se entrega a doña Manuela el título administrativo correspondiente. Acto seguido,
se traslada la comitiva hasta el local que ocupa la escuela de niñas. Una vez
en ella, el señor alcalde ofrece la plaza en propiedad a doña Manuela, que la
acepta y promete el más fiel y exacto cumplimiento de sus deberes. Tras unas
diligencias administrativas finales, se dio por finalizada la toma.
La “memoria concisa” que nos ocupa consta de tres partes, con los
epígrafes debidamente marcados en negrita; el resto está escrito en clara
cursiva. El primer párrafo —Memoria de
fin de curso— es una lacónica introducción en la que se recuerdan las
referencias legales que enmarcan el documento: un Real Decreto de 5 de mayo de
1913, y una Real Orden de 25 de junio del mismo año. Recordemos que en estas
fechas —recién acabada la Primera Guerra Mundial, Rusia en revolución, España
en guerra con Marruecos—, la tutela educativa del Estado estaba en pañales: el
primer Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes se había creado en
1900; dos años más tarde el Estado asumió el pago de los salarios a los
maestros; las primeras Escuelas Superiores de Magisterio —organizaban los
estudios por secciones, realizaban pruebas de ingreso, concedían becas y reforzaban
la formación pedagógica— se crearon en 1909.
En la segunda parte —Trabajos
realizados y resultados obtenidos— traza nuestra maestra de niñas un sintético
balance de cuatro cursos escolares, desde el 1 de septiembre de 1919 hasta el 18
de julio de 1923, en los que destaca en primer lugar su asiduidad y su
verdadera vocación pedagógica, así como el tener que partir de cero en su labor
pedagógica “debido al abandono en que dicha escuela estaba sumida”, cuando ella
se hizo cargo. Esta frase merece una breve consideración. ¿A qué tipo de
abandono se refiere doña Manuela? ¿Al abandono material, es decir, a la escasa
o nula adecuación del local a la finalidad pedagógica por insalubridad, falta
de espacio, de limpieza, de mobiliario escolar? ¿O se refiere a un abandono o
dejadez institucional, a que la escuela no funciona como tal a falta de
maestras suficientemente preparadas, o por absentismo y despreocupación de las
mismas? ¿O este abandono quiere aludir a la falta de interés de las familias
torrecampeñas por enviar a sus hijas a la escuela?
Difícil la respuesta con la escasa documentación que manejamos. La
inadecuación de los locales destinados a escuelas en una villa como la nuestra,
y en los años señalados, no ha de extrañarnos. A falta de edificios construidos
ex profeso como escuelas, lo
acostumbrado era alquilar una casa o edificio particular, inadecuado para la práctica
escolar y que suponía un importante desembolso económico para el municipio. Suponemos
que las casas alquiladas para escuela, además de deshabitadas, abandonadas y
sin mantenimiento, carecerían de las mínimas condiciones de salubridad,
amplitud e iluminación exigibles a una escuela pública.
Respecto al segundo interrogante —“¿O se refiere a un abandono o
dejadez institucional, a que la escuela no funciona como tal a falta de
maestras suficientemente preparadas, o por absentismo y despreocupación de las
mismas?”—, es posible que doña Manuela Polo se encontrara esa situación, pero
no como un abandono “secular”, de muchos años, sino solo de uno o dos cursos
como máximo, los que transcurrieron entre su incorporación a Torrecampo y la
jubilación de la anterior maestra de niñas, doña Carlota Cruz Ayllón, que
solicitó retirarse del servicio en agosto de 1916. Es posible que no se
cubriera la vacante inmediatamente y la escuela permaneciera algún tiempo inactiva,
pero en septiembre de 1918, la plaza vacante de la escuela de niñas se cubrió,
según consta en acta de la Junta Local de primera Enseñanza, con la maestra
interina doña Asunción Candela Candela. Por lo que hemos averiguado, doña
Carlota recibió en más de una ocasión públicos parabienes por el extraordinario
celo con que ejerció sus funciones profesionales. ¿Se atrevía la maestra recién
llegada a cuestionar la labor de sus compañeras? ¿Guerra entre maestras habemus? Todo es posible, pero no
creemos que esa fuera la intención de doña Manuela Polo. Sin embargo, su
denuncia del abandono de la escuela es claro.
En cuanto a si las familias torrecampeñas mostraban poco o ningún
empeño en que sus niñas aprendieran, más adelante lo veremos.
(Continuará)
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