V. Van Gogh, Vista de los tejados de París |
Quien mira hacia fuera a
través de una ventana abierta, nunca ve tanto como quien mira una ventana
cerrada. No hay objeto más profundo, más misterioso más fecundo, más tenebroso,
más deslumbrante, que una ventana iluminada por una vela. Lo que se ve a pleno
sol es siempre menos interesante que lo que ocurre detrás de un cristal. En ese
agujero negro o luminoso vive la vida, sueña la vida, sufre la vida.
Más allá del oleaje de los tejados, veo a una mujer madura,
arrugada ya, pobre, inclinada siempre sobre algo, que nunca sale. Con su
rostro, con sus ropas, con su gesto, con casi nada, he reconstruido la historia
de esta mujer, o más bien su leyenda, y a veces, llorando, me la cuento a mí
mismo.
Si hubiese sido un pobre viejo, la habría reconstruido con
idéntica facilidad.
Y me acuesto, orgulloso de haber vivido y sufrido en otros
lo que en mí mismo.
Quizá me preguntes: «¿Estás seguro de que esta leyenda es la
verdadera?» ¿Qué importa lo que sea la realidad fuera de mí, si ella me ha
ayudado a vivir, a sentir que soy y lo que soy?
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