De madre torrecampeña, emigrada a Barcelona en tiempos del electo Amadeo de Saboya, y padre aragonés, de La Almunia de Doña Godina, Áureo Buendía nació circunstancialmente en Lisboa (21-abril-1898), donde sus padres formaban parte del servicio doméstico de confianza del diplomático barcelonés Francisco Serrat y Bonastre, circunstancia que favoreció su educación cosmopolita en las mejores instituciones escolares de Tánger, Bucarest, Sofía, Tokio y Praga. Fue a orillas del Moldava donde Áureo Buendía conoció en 1919 a Dora Ostrowski, traductora al alemán de textos de la tradición yiddish. En la primavera de 1920, se establecen en París y trabajan como traductores para el diario Le Matin, hasta que se les pierde la pista en el verano de 1942, en la tristemente célebre redada del velódromo de invierno.
Áureo Buendía
es autor del ensayo De la absenta y otras miradas (1928), donde traza
una interesante y documentada cronología de la relación entre paraísos
artificiales y creación poética en las tradiciones literarias centroeuropeas, y
de unas memorias de juventud escritas originalmente en alemán —Der Sohn das
Kochs. Erinnerungen an die Jugend (El hijo de la cocinera.
Recuerdos de juventud)—, traducidas al español y publicadas en edición no
venal en 1956. Es responsable asimismo de La bohemia en verso, una
excelente antología de los poetas parnasianos y simbolistas franceses. Como
poeta es autor de Reflejos (1929), libro de estirpe surrealista, y de Canciones
del Sena (1940), al que pertenece el poema que sigue.
el retablo de luces del ocaso,
el camino que se adentra en la niebla,
el llanto del amante despechado,
la luz del rocío al sol del invierno,
el vuelo silencioso de la nieve,
la llama del deseo y del amor,
la mirada tranquila del que vuelve,
las sierras azules de nuestra infancia,
la danza del aire en los campos verdes,
el silencio del bosque tras la lluvia,
la sonrisa de un niño, la esperanza,
la mirada creciente de la luna,
el poeta en busca de las palabras.
Nada escapa a la música:
silencios del poeta,
ni lunas en menguante,
ni rotas esperanzas,
ni árboles sedientos.
La música ante todo:
los campos agostados,
las infancias perdidas
y las patrias lejanas.
La rima y su contrario:
encendidas caricias,
aguaceros de barro,
ardiente sol de agosto.
Que sea feliz tu verso:
los amores colmados,
la tormenta en el mar,
los abrazos amigos.
El resto es literatura:
los cruces de caminos,
el limpio amanecer,
la canción del otoño.
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