En marzo de 1967, cuando llegué por primera vez a Pozoblanco, enseguida me llamó la atención ver a la gente - mujeres, niños y niñas, hombres, adolescentes- con unos carritos donde cabían dos, cuatro y hasta seis cántaros de agua potable de la que se abastecían en los llamados tubos. Nunca había visto esos transportes. En la ciudad, en Córdoba, la mayoría de las casas tenían la instalación de agua, y por supuesto todos los pisos nuevos. Quizá quedaran algunas casas sin agua corriente, pero no en el Campo de la Verdad, en la barriada Fray Albino. En el piso de mis abuelos en el número 9 de la calle Altillo había visto, y usado, por primera vez una ducha con agua fría y caliente, cuando tenía 8 años. Antes, en la aldea del Esparragal, habíamos vivido en una casa sin grifos. El agua se cogía de los pozos particulares y sobre todo de una fuente pública en cuyo pilón abrevaban las bestias por la mañana temprano y cuando regresaban al caer la tarde. Las mujeres tenían un arte especial para llevar un cántaro en la cabeza o dos acoplados a las caderas. Nunca vi allí uno de esos carros que descubrí en Pozoblanco, quizá porque en Esparragal la fuente estaba al final de una cuesta abajo y las calles estaban empedradas, lo que dificultaría la tracción humana.
Supongo que en 1967, en Pozoblanco había muchas casas sin instalación del agua, y por eso el trajín de cántaros a los tubos. Aunque quizá se debiera a la escasez, a una sequía como las que hemos conocido luego, como la que nos ha vuelto a racionar el agua desde hace unos meses. En los pueblos de Los Pedroches hace ya semanas que el vecindario forma colas ante cisternas enviadas por la empresa provincial de aguas para suministrar agua potable. Las garrafas de plástico han sustituido a los cántaros, que desaparecieron hace años de las casas, y en lugar de carrillos usamos los coches para transportarlas.
56 años separan los cántaros de las garrafas y el problema del abastecimiento de agua en Los Pedroches no se ha solucionado. Cualquiera que viva aquí una temporada sabe que la primavera es hermosa e intensa, pero breve; y que si la otoñada viene escasa, peligran los cultivos y la hierba para el ganado (lo mismo ocurre con las las lluvias primaverales); sabe que esta tierra tiene poco suelo sobre el gran batolito granítico, que de los arroyos solo queda el nombre, y que los escasos ríos comarcanos sufren un durísimo estiaje. En fin, que no vivimos en la España verde y que el agua es un bien escaso.
Escaso y criminalmente -de forma indebida y reprensible- gestionado. Demasiados años de incuria de las autoridades (locales, comarcales, provinciales, regionales y nacionales). Demasiados años de hacer la vista gorda y desentenderse de un problema vital para la población, a la que se considera de cuarta o quinta división, pues juega en la liga comarcal. Demasiados años de encarar las sequías como una maldición bíblica ante la que no valen buenas infraestructuras, previsión y gestión racional, sino, como se ha visto en más de una ocasión, procesiones y rogativas en iglesias.
Dentro de un rato tendré que hacer cola ante la cisterna para llevar a casa cuatro o cinco garrafas de agua.
No sé cómo no se les cae la cara de vergüenza. Cómo nos piden nuestro voto después de años sin ponerse de acuerdo ni resolver el problema.
Y sobre todo, cómo se lo damos.
Cómo nos da igual el agua que bebamos.
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