Mañana de domingo cerrada en agua. Encendí la televisión y puse una cadena de noticias mientras limpiaba la casa. Igual que en la prensa en papel, una de las noticias del día era el final de carrera en las presidenciales de Estados Unidos. Por una conexión sorprendente, pero que tiene su hilo, me acordé de Edgar Allan Poe. Dejé la faena unos minutos y miré los dos retratos suyos que tengo bajo el cristal de la cómoda Mondrian, saqué luego del estante la biografía que le dedicó Georges Walter y comprobé un dato. Estaba equivocado por un mes. Aquello ocurrió un tres de octubre, el 3 de octubre de 1849.
La hipótesis más aceptada sobre la muerte de Poe señala a uno de los “grupos de agentes electorales”, demócratas o republicanos, que en los días de votación recorrían las calles de las ciudades haciendo cooping (‘enjaulamiento’), o sea, sorprendiendo a viandantes solitarios a los que administraban unos pelotazos de alcohol adulterado, llevándolos drogaítos perdíos a votar en tres o cuatro colegios distintos, encerrándolos luego en algún almacén o trastienda hasta que iba desapareciendo el efecto, y dejándolos después abandonados en la calle, aturdidos aún, sin memoria de lo sucedido.
Edgar Allan Poe había llegado a Baltimore por la mañana en un barco procedente de Richmond. Aquel miércoles 3 de octubre había mucha animación en las calles, se celebraban elecciones a gobernador de Maryland para el Congreso, y un grupo de agentes electorales debió de fijarse en la triste figura del escritor, que deambulaba por el barrio del puerto.
Poco antes de las cinco de la tarde, Joseph Walker, un obrero impresor del Baltimore Sun, pasaba por la High Street. A unos pasos de un centro electoral republicano se encontró a un hombre tirado en la acera —“el rostro huraño y la mirada vacía, un sombrero de paja, un lamentable abrigo de alpaca desgarrado que ocultaba la ausencia de traje, una camisa sucia sin corbata y con manchas, un pantalón usado demasiado grande y pesadas botas que no conocían el betún” (Walter, 30)—, en quien reconoció al famoso autor de Los asesinatos de la calle Morgue. Después de llevarlo a una taberna próxima y de ser atendido por un médico, Poe fue trasladado al hospital Washington College, donde pasó cuatro días entre delirios, sudores, leves periodos de consciencia y accesos violentos. Murió a primera hora de la mañana del domingo 7 de octubre. Tenía cuarenta años. A su entierro acudieron cuatro personas: el señor Herring, comerciante en maderas, el doctor Snodgrass, que lo atendió en la taberna cuatro días antes, un tal Collins Lee, antiguo compañero de escuela, y un pariente lejano, el juez Neil Poe. Che cosa più triste!
Dejé el libro en su sitio y miré otra vez las fotografías. De buena gana me habría sentado en el sillón con su libro de poemas o con La narración de Arthur Gordon Pym, pero la faena me reclamaba. Cogí la bayeta, el pronto y me lié con el aparador. En la televisión hablaban ahora de la carrera de coches en Abu Dhabi. Fuera, la lluvia seguía hilando en silencio una mañana gris.
1 comentario:
Le he pasado la entrada a los compañeros que están en Estados Unidos, no vaya a ser que...
Ánimo con el tabaco, por cierto ;-).
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