Ayer por la mañana, mientras tomaba café y ojeaba uno de los
periódicos del día, se me vino la imagen de Laocoonte. En mis años de estudiante
de bachillerato fue primero el cromo en un álbum de Historia del Arte; luego, con
las clases de Latín en COU, llegó el texto de Virgilio. En el libro II de la Eneida, recuerda Eneas la caída de
Troya:
«Otro prodigio
tuvo lugar ante nuestros corazones sobresaltados y nuestros ojos atónitos; un
prodigio singular y terrible, en el que nunca hubiésemos pensado. Inmolaba
Laocoonte un toro enorme en el altar de los sacrificios solemnes, como
sacerdote de Neptuno que la suerte le había designado, cuando de pronto vimos
surgir de la isla de Tenedos, y meterse en las aguas tranquilas y profundas
—con horror lo cuento—, dos serpientes de gigantescos anillos, que se dirigían
a nuestra costa.
Avanzaban
sobre las aguas con el busto erguido y dominaban las olas con sus crestas color
de sangre. El resto del cuerpo deslizábase con lentitud por la superficie, y
sus enormes ancas parecían arrastrar los pliegues sinuosos. A su paso el mar se
llenaba de espumas y rumores.
Cuando tocaron
tierra, vimos sus ojos vibrantes, inyectados en sangre, que despedían llamas,
mientras lanzaban silbidos sus vibrantes lenguas. Huimos atemorizados. Y he
aquí que ellas, sabiendo bien adónde van, se dirigen a Laocoonte, y caen
primero sobre sus dos hijos, a cuyos tiernos miembros infelices quedan
enroscadas.
Acude
enseguida el padre, armas en mano, para defenderlos, y es presa también de las
serpientes, que ligan pronto a su cuerpo las estrechas cadenas de los anillos.
Dos veces pasan su torso escamoso alrededor de la cintura del desgraciado, y
otras dos en torno a su cuello, quedando todavía libres la cabeza y la cola.
Laocoonte se esfuerza
en vano en desasirse. Todo él se ve como rociado de baba y de negro veneno, y
lanza a los cielos horribles clamores. No de otro modo muge el toro herido que
escapa del altar sacudiendo de su testuz el hacha mal clavada.»
El terrible
castigo de Laocoonte fue producto de su desconfianza ante el sospechoso caballo
que los griegos dejaron como ofrenda a las puertas de Troya antes de su falsa
retirada. El sacerdote de Neptuno, que tenía el poder de la mancia, de la adivinación, enseguida
receló y así lo hizo saber a los troyanos — desconfiaba de los griegos hasta
cuando hacían presentes—, pero los troyanos ignoraron su vaticinio, lo mismo
que habían ignorado los funestos presagios de la sibila Casandra, a quien tenían
por loca.
En la Grecia y
en la Roma antiguas, la adivinación o predicción del futuro era cuestión oficial;
los sacerdotes, arúspices, augures, pitonisas y sibilas, se consideraban
personas sagradas, dotadas de espíritu profético; y sus augurios, auspicios,
oráculos y sortilegios, tomados como asunto de estado, que unas veces se respetaban,
y otras, como en el caso de Laocoonte o de Casandra, se ignoraban.
En nuestros
días, el papel de los oráculos y las pitonisas lo desempeñan las empresas de
encuestas y estudios sociales que vocean el resultado de sus consultas preelectorales en todos
los medios de comunicación. Ayer, las conclusiones de tres de esas encuestas
sobre las elecciones del día 22 en Andalucía daban titulares distintos. Tres
mancias, tres oráculos diferentes. Menos mal que no habitamos el mundo mitológico,
y que los errores oraculares o los vaticinios desfavorables de los vates no son
castigados con la crueldad con que los dioses acabaron con Laocoonte y sus hijos.
Es verdad que
estas profecías de nuestros tiempos no se valen de la hieroscopia, la
quiromancia, la oniromancia, la catoptromancia, la ceromancia, la
capnomancia, la nigromancia y otras mancias
o mancías, sino de un complejo método
científico capaz de prever incluso el margen de error —eso no quita desde luego
que algún aspirante, algún parlamentario o parlamentaria, eche mano, a modo
particular, de uno de los muchos adivinadores y adivinadoras del porvenir que
abundan en nuestro país a tantos euros la consulta; allá cada cual con sus
supersticiones personales— en las predicciones. Lo que escama son las divergencias.
Sí, el método es científico, pero la aritmética y la estadística no pueden
expresar en guarismos la volubilidad humana.
Vista la
disparidad de los titulares y resultados leídos, guardaré los periódicos para
comprobar el grado de exactitud, y la validez, de estas predicciones
electorales. Solo por curiosidad, claro está, porque en este país, lo mismo que
es imposible saber el número de personas que ha asistido a una manifestación o
ha hecho huelga, no acaban de estar claros los conceptos de victoria o derrota:
ningún partido pierde las elecciones y todos las ganan.
Procedencia de la imagen:
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/1/17/Laocoon_Pio-Clementino_Inv1059-1064-1067.jpg
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