Esta mañana caí en la descortesía
de interrumpir la conversación sobre coches entre dos compañeros —con estas
palabras me excuso, estimados colegas—, para presentarle a uno de ellos un
papel plegado y preguntarle el nombre de imprenta de ese tamaño. Derivó la
charla en breve controversia argumentada sobre nombres y medidas del papel:
pliego, folio, cuartilla, octavo, holandesa ...
...
Más corta y algo más ancha que nuestro A4. Así recuerdo las holandesas que veía de niño y adolescente en el papeleo de los cuarteles, más recias, de mayor gramaje que los papeles
usuales. Y con marca de aguas. También era el tamaño exigido antes en los
trabajos académicos universitarios, aunque quiero recordar que estas holandesas
acabaron perdiendo los milímetros de sobre ancho y pasaron a ser folios con la
frente guillotinada.
Como
aficionado al papel, a esa frágil materia en que los escritores vierten sus
sueños, como dijo el poeta, guarda uno en los cajones variada muestra en
texturas, colores y tamaños, que ha ido comprando y encontrando por ahí. He aquí uno de ellos.
El
papel que os presento ha perdido ya flexibilidad y rasga al menor descuido,
pero aún admite uso. Encontré casi un centenar en la cámara de la casa donde ahora
vivimos. Aquí tenían casa, tienda, taberna y correduría los abuelos maternos de
María.
Solo
resta añadir a esta disculpa, caros colegas, la reproducción del papel de
carta (18 por 21,5 cm) de un vecino de Torrecampo, con bastante probabilidad
salido de la imprenta López. ¿Estamos ante una holandesa?
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