—Mi perro bonito, mi buen perro, mi querido
perrillo, acércate y ven a respirar un excelente perfume comprado en el mejor
perfumista de la ciudad.
Y el perro, meneando el rabo, señal,
creo, en estos pobre seres, de la risa y de la sonrisa, se acerca y pone
curiosamente su nariz húmeda sobre el frasco destapado; luego reculando súbitamente
y con temor, me ladra, a modo de reproche.
—¡Ah, miserable perro! Si te hubiera
ofrecido un montón de excrementos, lo habrías olisqueado con fruición y quizá
hasta devorado. Así, tú mismo, indigno compañero de mi triste vida, te pareces
al público, a quien jamás hay que presentar delicados perfumes que lo irritan,
sino basura cuidadosamente elegida.
Imágenes: La presse, 26 août 1862.
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