El juego del ser y del no ser, del fingimiento y la teatralidad, de la representación: el hidalgo de pueblo transformado en don Quijote de La Mancha, Aldonza Lorenzo en Dulcinea del Toboso, el bachiller Sansón Carrasco en el Caballero de los Espejos, el barbero y el cura fingiéndose menesterosa doncella y su criado; toda la ficción y tramoya montada en el palacio de los duques, en la segunda parte del libro; incluso las cosas son lo que no son, o no son lo que son: la bacía de barbero es yelmo, o baciyelmo, la venta, castillo y temible ejército un rebaño de ovejas.
Ese amor por la ocultación y el
encubrimiento sirve al propósito cervantino de mejorar la realidad y la
conducta humana, de embellecerlas engrandeciendo sus estrechos y prosaicos
límites.
El ser o no ser de su contemporáneo
Shakespeare es el fingir, el hacer creer del Quijote, que le viene a Cervantes de su amor por el teatro, en el
que quiso y no pudo triunfar porque se había adueñado de la escena un Monstruo
de la Naturaleza y Fénix de los Ingenios.
Pero Cervantes nunca olvidó su
pasión por Talía, y aunque no triunfó en los corrales de comedias, metió todo
el teatro que pudo en su novela, donde además de disfraces hay tramoyas,
decorados y efectos especiales, músicas y retablos maravillosos y, sobre todo,
el elemento esencial del teatro: el diálogo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario