martes, 23 de abril de 2019

Tres apuntes



La niebla húmeda gotea en las hojas de las encinas y en las púas de las alambradas, le saca brillo a las ramas desnudas de los frutales, a los pámpanos rojizos de la vid. Un gorrión se posa en lo más alto de una higuera, mueve la cabeza hacia un lado y otro, salta luego al vacío y se pierde entre la niebla.

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            Hacía frío en la mañana. El viejo estaba en la parte soleada de la calle. Apoyado en un bastón, avanzaba un paso, inseguro, temblequeante, desasistido. Y se quedaba un rato quieto, como recuperando fuerzas, con la mirada hacia abajo, contemplando su sombra en la acera.

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            Esta tarde ha sido un poema. Así la he sentido. Un poema que no he intentado escribir porque la iba a estropear. Ocurre a veces: para qué escribir lo que solo quiere ser vivido y solo así tiene sentido: dejándolo ser, transcurrirse, sin tratar de encerrarlo  en unos versos que no reflejarán, por hermosos que sean y bien escandidos que estén,  momentos tan solamente nuestros: emociones, recuerdos, pensamientos y ensoñaciones que tiene uno cuando está a solas, dueño absoluto de su intimidad. Uno de esos momentos vividos, vivientes, que no necesita la materialidad de las palabras.

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