Entre el verde nuevo de las hojas más altas del naranjo del patio, brilla el cuerpo negro, estilizado, de un mirlo joven.
Con su pico amarillo corta una flor de azahar y vuela hacia una antena cercana, donde ella posa, coqueta, como ausente.
Nerviosamente agita él los tiernos pétalos blancos alrededor del cuello de ella, hasta que al fin suelta la flor y los pájaros comienzan a frotar sus picos.
Al cabo, él entona su garganta. Ella acompaña.
Ahí siguen, en la antena. Emitiendo al mundo en horario de tarde la maravillosa fragancia de su música.
De su amor.
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