Max se la jugó bien jugada a su amigo: los primeros textos póstumos de Franz Kafka aparecieron en un artículo de la revista Weltbühne una semana después de su entierro1; eran, además, las dos notas manuscritas en que Kafka pedía la hoguera para sus escritos inéditos. Junto a estas dos voluntades crematorias, Brod incluyó en ese artículo un inventario2 que ya conoce el lector. Unos días más tarde, a primeros de julio, Brod envía a su amigo Samuel Hugo Bergmann, filósofo y director de la Biblioteca Nacional de Jerusalén, emigrado a Palestina en 1920, una carta en la que le anuncia: «Acabo de recibir la herencia literaria de Kafka para su revisión. Tres novelas y muchas otras cosas aún no publicadas esperan que alguien las prepare para imprimir. ¡Desgraciadamente, nadie puede hacer esto excepto yo! Además, se debe examinar una gran cantidad de trabajos desorganizados (te interesará saber que entre ellos hay muchos cuadernos para practicar hebreo). Me parece que en términos de valor literario, el patrimonio supera a todo lo que Kafka publicó durante su vida».
Desbordado sin duda por el volumen del material reunido, Brod emprendió la tarea de ir organizando y dando a la luz los manuscritos de su amigo, de manera que antes de abandonar Praga ya se habían publicado El Proceso (1925), El castillo (1926), América (1927), Durante la construcción de la muralla china (1931), y las primeras obras completas en seis volúmenes, editadas por Schocken Books entre 1935 y 1937, que incluían además de América, El proceso y El castillo, un volumen de Narraciones y textos breves en prosa, otro para Descripción de una lucha y un último con Diarios y cartas, pero aún quedaba tela kafkiana que cortar: los Aforismos de Zürau, la Carta al padre, las cartas a Milena, las cartas a Felice, las cartas a sus padres, a su hermana Ottla, un cuaderno con ejercicios de hebreo, los diarios de París…
Brod tenía claro que todo ese material pertenecía a los herederos de Kafka, que entonces eran tres sobrinas: Vera Saudková, hija de Ottla (Ottilie); Marianne Steiner, hija de Valli (Valerie), y Gertrude Kaufman, hija de Elli (Gabrielle). Una cuarta sobrina, hermana de Vera, había muerto en 1923, así como Hanna, asesinada junto a su madre, Elli, en octubre de 1942 en el campo de concentración de Chelmo.
Además del «legado familiar», estaba el legado del propio Brod (LKB en adelante), constituido por material que el propio Kafka le había regalado, como los manuscritos de El proceso, de «Preparativos para una boda en el campo», o de «Descripción de una lucha», los dibujos, las pruebas de imprenta de «Un artista del hambre», cartas y postales… Finalmente, había que contar con el legado literario de Max Brod (LB), manuscritos y borradores de sus obras dramáticas y ensayísticas, partituras, correspondencia con otros escritores…
Con todos estos documentos, debidamente ordenados en cajas de zapatos dentro de la maleta, Max Brod subió al tren en la estación de Praga el 15 de marzo de 1939. El legado perteneciente a la familia quedó depositado en la biblioteca particular de Shalman Schocken en Jerusalén. Los papeles literarios de Brod, así como todo lo recibido de Kafka, permaneció en varias cajas de seguridad en un banco de Tel Aviv.
Pero a las cajas de zapatos les quedaba todavía camino que andar. En el otoño de 1956, días antes de que estallara la guerra del Sinaí, Max Brod y Shalman Schocken viajan hasta Zúrich y guardan el legado familiar, así como el material de Kafka perteneciente a Brod, en cajas de seguridad de la Corporación Bancaria Suiza (hoy, UBS), donde permanecieron hasta 1962.
Durante más de dos décadas, Brod había tenido control absoluto sobre el material kafkiano y fue el único editor de las obras de Kafka. Los investigadores no tenían acceso a los materiales autógrafos y empezaron a cuestionar los criterios de Brod en el trabajo de selección, corrección y ordenamiento del material publicado. El cambio de situación comienza a finales de 1961, cuando el germanista de la Universidad de Oxford, Malcolm Pasley, conoce a Marianne Steiner.
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