Una pared es una obra de fábrica levantada a plomo, con grueso, longitud y altura adecuadas para cerrar un espacio o sostener las techumbres. La palabra procede de la paries romana y forma familia con parietal, emparedar, paredón y parietario.
Existen las paredes físicas, y las mentales, que son perjudiciales para la salud. De las físicas, doña María Moliner enumera unas pocas, como la de asta entera, que tiene de grosor la longitud del ladrillo; la maestra, porque soporta techumbre; la de media asta, porque ya se podrá adivinar; también están la medianera, causa de disputas y desavenencias de por vida, y la de medio pie, que lleva los ladrillos a soga (y que un maestro alarife sabrá explicar mejor que yo).
Evitaremos, no ya agarrarnos o subirnos por ellas, darnos cabezazos contra ellas o dejar a alguien pegado a una por haberlo avergonzado, confundido o derrotado; evitaremos, decía, incluso arrimarnos a ellas, no nos tilden de vacilantes o borrachos; procuraremos, en fin, no sentirnos encerrados entre cuatro y no nos importe que oigan, si es que de verdad tienen orejas, incluso ojos, como dicen.
En Esparragal llegué a conocer a Luisa la de Paéreh. Una vez entré en su casa con alguno de sus hijos. Vivían en un callejón sin salida al lado de la iglesia, en una más cueva que casa. Luisa y sus chiquillos y su hombre eran unos desgraciados, la familia más pobre del pueblo. De aquella mujer bajita y un poco tartamela de puro ignorante, recuerdo su cabeza asomando por una pared y su voz desgañitando una saeta al Nazareno.
Creo que murió en Barcelona atropellada por un coche.
Existen las paredes físicas, y las mentales, que son perjudiciales para la salud. De las físicas, doña María Moliner enumera unas pocas, como la de asta entera, que tiene de grosor la longitud del ladrillo; la maestra, porque soporta techumbre; la de media asta, porque ya se podrá adivinar; también están la medianera, causa de disputas y desavenencias de por vida, y la de medio pie, que lleva los ladrillos a soga (y que un maestro alarife sabrá explicar mejor que yo).
Evitaremos, no ya agarrarnos o subirnos por ellas, darnos cabezazos contra ellas o dejar a alguien pegado a una por haberlo avergonzado, confundido o derrotado; evitaremos, decía, incluso arrimarnos a ellas, no nos tilden de vacilantes o borrachos; procuraremos, en fin, no sentirnos encerrados entre cuatro y no nos importe que oigan, si es que de verdad tienen orejas, incluso ojos, como dicen.
En Esparragal llegué a conocer a Luisa la de Paéreh. Una vez entré en su casa con alguno de sus hijos. Vivían en un callejón sin salida al lado de la iglesia, en una más cueva que casa. Luisa y sus chiquillos y su hombre eran unos desgraciados, la familia más pobre del pueblo. De aquella mujer bajita y un poco tartamela de puro ignorante, recuerdo su cabeza asomando por una pared y su voz desgañitando una saeta al Nazareno.
Creo que murió en Barcelona atropellada por un coche.
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