Estuvo todo el sábado atareada: cortando varillas, recortando, pegando y pintando los planetas –ese era el motivo de su móvil-, atando hilos de diferentes longitudes… Yo mismo pasé gran parte de la mañana del domingo ayudándole a equilibrar el artefacto girante. Mi hija lo agradecía con saltitos de alegría y de impaciencia por ver terminado aquello. Lo cual no quita que de vez en cuando le soltara unas voces por sus continuos cantos cansinos o por no sostener las piezas como era necesario.
La parte más delicada de estos móviles es el equilibrado, el juego de pesos y contrapesos que, como en una romana, ha de buscarse, pues las figuras colgantes tienen pesos y tamaños muy diversos.
Con los platos ya en la mesa, dimos por finalizada nuestra obra: allí hacían su órbita aquellos planetas de cartulina y témperas: la Tierra azul, con la mancha ocre de los continentes y su satélite lunero; el rojizo Marte, el poderoso Júpiter con sus franjas anaranjadas, los anillos de Saturno, el amarillento Venus, el lejano Plutón… y algún que otro astro de nuestra invención, necesario para contrapesar aquel artificio. Todo un universo a nuestra imagen y semejanza, hecho de varillas de mimbre, cartulina, hilos y pintura, que danzaba en armonía y me recordó aquellos versos de fray Luis de León sobre la “inmensa cítara” del universo pulsada por la mano sabia de Dios.
La alegría de Paula se trocó en compungimiento el lunes por la mañana: al desplegar el móvil planetario delante de la profesora, las Moiras enredaron los cabos de tal manera que aquella armonía estelar que habíamos dejado lista el día anterior devino inextricable enredo de varillas, hilos y planetas: sólo pudo solucionarse con la tijera.
Hoy he tenido que trasnochar para sacar del caos y las tinieblas aquel malogrado universo. A las dos y media de la madrugada, el nuevo mundo orbita con suavidad colgado de la lámpara de mi habitación. Mientras contemplo la obra pienso que quizá vivamos, sin darnos cuenta, en un mundo tan intrincado y caótico que el mismísimo Dios esté pensando echar mano a la cizalla y recomponer el orden necesario. Pero no está la hora para ponerse en plan catastrofista y unamunesco, así que pronto dejo estas elucubraciones, más propias de testigos de Jehová y otras sectas por el estilo.
Satisfecho con mi creación del mundo, releo las primeras páginas del Génesis y me echo a dormir como un bendito.
La parte más delicada de estos móviles es el equilibrado, el juego de pesos y contrapesos que, como en una romana, ha de buscarse, pues las figuras colgantes tienen pesos y tamaños muy diversos.
Con los platos ya en la mesa, dimos por finalizada nuestra obra: allí hacían su órbita aquellos planetas de cartulina y témperas: la Tierra azul, con la mancha ocre de los continentes y su satélite lunero; el rojizo Marte, el poderoso Júpiter con sus franjas anaranjadas, los anillos de Saturno, el amarillento Venus, el lejano Plutón… y algún que otro astro de nuestra invención, necesario para contrapesar aquel artificio. Todo un universo a nuestra imagen y semejanza, hecho de varillas de mimbre, cartulina, hilos y pintura, que danzaba en armonía y me recordó aquellos versos de fray Luis de León sobre la “inmensa cítara” del universo pulsada por la mano sabia de Dios.
La alegría de Paula se trocó en compungimiento el lunes por la mañana: al desplegar el móvil planetario delante de la profesora, las Moiras enredaron los cabos de tal manera que aquella armonía estelar que habíamos dejado lista el día anterior devino inextricable enredo de varillas, hilos y planetas: sólo pudo solucionarse con la tijera.
Hoy he tenido que trasnochar para sacar del caos y las tinieblas aquel malogrado universo. A las dos y media de la madrugada, el nuevo mundo orbita con suavidad colgado de la lámpara de mi habitación. Mientras contemplo la obra pienso que quizá vivamos, sin darnos cuenta, en un mundo tan intrincado y caótico que el mismísimo Dios esté pensando echar mano a la cizalla y recomponer el orden necesario. Pero no está la hora para ponerse en plan catastrofista y unamunesco, así que pronto dejo estas elucubraciones, más propias de testigos de Jehová y otras sectas por el estilo.
Satisfecho con mi creación del mundo, releo las primeras páginas del Génesis y me echo a dormir como un bendito.
Imagen: http://www.calder.org/
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