El tío Pepe fue el primer hombre al que vi con una traqueotomía, que protegía con una gasa siempre impoluta sujeta por una tirilla de tela alrededor del cuello. Impresionaba aquella voz cavernosa, inusitadamente ronca, el esfuerzo que hacía para respirar y para articular en esa parte de la garganta, y los pitos, como un fuelle que pierde aire, que con frecuencia acompañaban a las palabras. Lo veíamos, y a la tía Trini, de manera intermitente, en los interregnos que pasábamos en Córdoba antes de trasladarnos a un pueblo. Vivíamos cerca. Ellos en la calle Rosario, nosotros en los pabellones de la calle Altillo, en el Campo de la Verdad. Era un hombre alto, de andar envarado y rostro serio, cariñoso con mi hermana y conmigo, aunque también sabía zanjar una cuestión dando un golpetazo con los nudillos en la mesa. Sí, imponía el tío Pepe con su porte y su carácter orgulloso, con el aura de héroe que tuvo para mí desde que mi madre nos contó la historia del barco y la del hombre con el que se cruzó en la Puerta Gallegos.
El día 14 de marzo de 1937, un Tribunal Popular especial celebraba en la Audiencia Militar de Almería vista oral y pública contra nueve miembros de la guardia Civil: un teniente, un brigada, un cabo ‒José Zarco Castillo, el tío Pepe‒ y seis guardias, acusados de rebelión militar.
El 18 de julio de 1936, el tío Pepe tenía 28 años, era padre de una niña de cuatro años y un niño de apenas uno; recién ascendido a cabo, estaba al frente del puesto de Berja, en Almería. No recordaba con precisión aquellos primeros días. Las informaciones eran confusas y cundían rumores: un alzamiento armado en las posesiones del Norte de África el 17 de julio, seguido en la Península por buen número de jefes y oficiales militares, connivencia con elementos falangistas, órdenes del Gobierno de que sólo se acataran las de las autoridades civiles, entrega de armas a las organizaciones obreras, rebelión contra la República. Hasta el 20 de julio no hubo señales evidentes del alzamiento rebelde en la provincia de Almería. El cabo Zarco declaró no haberse concentrado con las fuerzas del puesto de Dalías en el cuartel de Berja, no haberse puesto a disposición de la autoridad civil y haberse negado a entregar el armamento disponible en el cuartel para defender la causa del Gobierno y del pueblo; negó haber disparado contra un grupo de paisanos que iban a recoger las armas con autorización escrita del Gobernador Civil; negó también haber marchado con las fuerzas concentradas en el cuartel de Berja hacia el puesto de Dalías, en compañía de otras fuerzas que vinieron de Adra, que fueron desarmadas el día 24 de julio por un grupo de Guardias de Asalto enviado en un camión por el Gobierno Civil.
Reconoció el tío Pepe haber obrado con negligencia, sin emplearse a fondo para oponerse con los medios a su alcance al movimiento faccioso. Negó haber ejercido el mando militar y efectivo de fuerzas rebeldes. Negó haber procedido por arrepentimiento espontáneo a reparar o disminuir los efectos de su delito, poniéndose de modo incondicional y efectivo a disposición del Gobierno legítimo de la República. Como negó, en fin, haber actuado por obediencia debida. Todo un carácter.
El tío Pepe fue condenado por negligencia a cuatro años, un mes y un día de internamiento en un campo de trabajo, con las accesorias de suspensión de empleo y de todo cargo, y del derecho de sufragio durante el tiempo de condena, y a pagar al Estado una indemnización de quince mil pesetas y una décima parte de las costas judiciales. Una ruina para la familia. Nunca supe cómo habían pasado aquellos años la tía Trini y sus dos hijos, pero imagino.
Al cabo se le pierde la pista en los primeros días de la guerra, según consta manuscrito en su expediente de la Guardia Civil: «Al iniciarse el Glorioso Movimiento Militar Salvador de España, se hallaba este cabo prestando sus servicios en la Comandancia de Almería, su destino, y al quedar aquella provincia en poder de los marxistas, continuó en situación desconocida y en la misma finó el año». Durante los tres años de guerra, nada se sabe del cabo José Zarco Castillo, hasta que reaparece en los últimos días de marzo o en los primeros de abril de 1939, en la convulsa Alicante de aquellos días, donde ondea aún la bandera republicana, con grupos derechistas que ocupan sedes oficiales y patrullan las calles, con cientos de presos políticos de derechas liberados de las cárceles y con miles de republicanos esperando un barco en que abandonar la España victoriosa de Franco, hasta que la ciudad es tomada sin resistencia en la tarde del 30 de marzo por la División acorazada italiana Littorio, al mando del general Gastone Gambara.
Allí se presentó a sus superiores el tío Pepe e informó de su peripecia.
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