¿En qué pensabas —de pie, levemente apoyada la cadera en el costado de aquel animal de atrezo, un carnero, adornado con jaeces en el testuz, con bridas y jáquima para guiarlo; tu mano izquierda cerrada en puño a la altura del esternón, agarrada la derecha al cuerno del animal, cuya cabeza llega casi a la altura de la tuya; botas negras de media caña y pantalón ajustado por encima de las rodillas; abotonada la camisola de cuello marinero rematado en un lazo; pelo negro, brillante, del que sobresalen las orejas, el flequillo ligeramente al bies de izquierda a derecha; apuntado el rostro hacia la nariz y la barbilla, cerrada la boca, en línea recta los labios finos, sin querer sonreír, como tampoco sonríe tu mirada oblicua hacia la derecha, pese a las indicaciones del señor Klempfner, el fotógrafo—, en qué pensabas, Franz? ¿Por qué tan serio?
Vivíais entonces en la Zeltnergasse de Praga, en la ciudad vieja. Corría el año 1888. Tus padres, Hermann y Julie, regentaban una mercería (corbatas, sombrillas y paraguas, bastones, tejidos de algodón, complementos de moda y artículos de fantasía) que tú apenas visitabas. Eras, a tus cinco años, el primogénito y el único: tu hermano Georg había muerto a los dos años, de sarampión, y Heinrich antes de los seis meses, por una otitis, pero tú ya no te acordabas de ellos. Pasabas los días con la cocinera y con la criada, de quienes aprendiste la lengua checa. No habían nacido aún tus hermanas, ni asistías a la escuela alemana.
Eras un niño delicado, pero sano. No heredaste la fuerte complexión de tu rama paterna, ni su capacidad de resistencia y superación; tampoco el aire alunado de algunos antepasados maternos, ni su estricta ortodoxia judaica.
¿Qué mirabas, Franz, aquel día en el estudio del señor Klempfner? ¿En qué pensabas? Porque tu mirada de niño… Pareces ensimismado, abismado, no en lo inmediato, en lo que tienes delante y más cerca de ti, sino mucho más lejos, como si vieras o recordaras algo remoto: ¿La historia, acaso, de aquella bisabuela ahogada en el Elba que has oído contar en voz baja a tu madre? ¿El laberinto sombrío de las callejas y los patios interiores de la ciudad vieja? ¿La voz imperiosa de tu padre? ¿El bullicio de la Starometské Námesti en los días de mercado? ¿El denso rumor del Moldava? ¿Los rezos y cánticos incomprensibles en la sinagoga?
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