Sorprendería a Franz Kafka, y quizá no lo entendiera, el interés despertado por su obra tras su muerte. Quedaría perplejo, sin duda, ante las numerosas ediciones, reimpresiones, revisiones y publicaciones facsímiles de todo cuanto salió de su pluma, al menos de lo aflorado hasta ahora. ¿Aprobaría la publicación de sus diarios? ¿De su correspondencia personal? ¿Qué pensaría de las variadas interpretaciones de sus escritos? ¿De los miles de publicaciones —ensayos, artículos, tesis doctorales, reportajes periodísticos, películas, documentales, pinturas y dibujos—, consagrados al estudio de su vida y su literatura? ¿Cómo se sentiría al ver que sus manuscritos alcanzan cifras millonarias en las subastas? En este aspecto, Kafka es un nuevo Midas.
Una prueba más del papel que lo kafkiano representa en la escena literaria mundial es el proyecto de un librero anticuario alemán, Herbert Blank, que publicó En la biblioteca de Franz Kafka (2001), un minucioso catálogo de las obras leídas y poseídas por el escritor checo en sus 41 años de vida. Durante años, Blank fue buscando en los diarios y cartas de Kafka, también en los escritos de sus amigos, referencias a los libros que éste había leído o que tenía en su biblioteca personal. Pero no paraba el proyecto en elaborar el mero catálogo, sino que el librero fue coleccionando y encuadernando al gusto de la época las primeras ediciones de aquellos libros, logrando así un duplicado de lo que fue la colección particular de libros que Franz Kafka atesoraba en su casa.
¡Ojo! Esta biblioteca replicada por Blank no es la adquirida a instancias del kafkólogo Jürgen Born por el Instituto para el Estudio de la Literatura Alemana en Praga, conservada en la Universidad de Wuppertal y que sí contiene ejemplares que realmente pasaron por las manos de Kafka, ocultos durante sesenta años en depósitos de la Gestapo y posteriormente de las autoridades comunistas checas, hasta que aparecieron en una librería anticuaria de Múnich a finales de 1982. Los volúmenes recuperados hasta ahora y custodiados en Wuppertal no llegan a 300. Los reunidos por Blank superan los 800.
Pero la historia no acaba en la publicación del catálogo de Blank. En 2001 irrumpe en el mundo kafkiano la fundación de la automovilística Porsche, que compra al librero anticuario —¿135.000 €?— la biblioteca replicada y la cede a la Sociedad Franz Kafka, radicada en Praga, que la mantiene accesible al público.
Dos historias kafkianas con final satisfactorio, representativas de aquella atracción que el escritor sabía ejercer sobre quien tenía cerca, ya fuese un amigo o una de sus novias. Kafka era un hombre fotogénico, como decía Eduardo Mendoza, alto, delgado, de vestir elegante, con un especial sentido del humor, que enseguida atrapaba con la red de su escritura, y aunque algunos críticos y lectores —el mismo Mendoza afirma que Kafka fue un mal escritor que no sabía empezar sus novelas ni acabarlas— lo consideran un autor menor y fragmentario, otros muchos ven en él un maestro, un imprescindible en la narrativa del siglo XX, a quien muestran fidelidad de por vida y consagran décadas a preservar su obra de la destrucción o a dar a conocer sus fuentes literarias.
Algo tendrá Kafka.
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