domingo, 25 de octubre de 2020

El galante tirador (XLIII)

          Cuando el coche atravesaba el bosque, lo hizo parar junto a un campo de tiro diciendo que le gustaría disparar algunas balas para matar el Tiempo. Matar a ese monstruo ¿no es la ocupación más normal y legítima de cada uno? Y le ofreció galantemente la mano a su querida, deliciosa y execrable mujer, aquella misteriosa mujer a la que debe tantos placeres, tantos dolores, y acaso una parte de su genio.

     Varias balas dieron lejos del blanco propuesto; una de ellas se hundió en el techo; y como la encantadora criatura se reía como una loca de la torpeza de su marido, éste se volvió con brusquedad hacia ella y le dijo: "Mira aquella figura de allí abajo, a la derecha, con la nariz respingona y la cara tan orgullosa. Pues bien, querido ángel, me imagino que eres tú." Y cerró los ojos y lanzó la descarga. La figura fue limpiamente decapitada.

      Entonces, inclinándose hacia su querida, su deliciosa, su detestable mujer, su inevitable y despiadada Musa, y besándole respetuosamente la mano, añadió: "¡Ah, mi querido ángel, cómo te agradezco mi puntería!"


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