Postal de Franz Kafka a su hermana Ottla, desde Riva (Italia), 1909 |
En las «Notas finales» a la primera edición alemana de El proceso,
realizada por la editorial berlinesa Die Schmiede en 1925, justificaba Max Brod,
amigo, albacea y ordenador de las obras póstumas de Franz Kafka, la decisión de
no haber respetado el deseo de su amigo y haber conservado su obra no publicada
hasta entonces. Se remontaba primero a una conversación mantenida hacia 1921,
en la que el propio Brod le anunciaba a Kafka que había hecho testamento y le
encargaba que guardara determinados escritos y destruyera otros. “Cuando me oyó
—continúa Brod—, me enseñó el papel escrito con tinta que apareció más tarde en
su mesa y me dijo:
—Mi testamento será muy
simple. Te ruego que lo quemes todo.
Recuerdo aún cuál fue mi
respuesta:
—Si piensas seriamente
que seré capaz de hacerlo, te digo desde ahora que no lo haré.”
En ese papel,
entresacado de otros muchos papeles del escritorio de Kafka en casa de sus
padres, doblado y con el nombre del destinatario, Max Brod leyó:
«Queridísimo Max, mi
último ruego: todo lo que se encuentre entre mis pertenencias (en las
estanterías de libros, en el armario de la ropa, en el escritorio de casa y el
de la oficina, o dondequiera que algo se haya podido ir a esconder, y tú lo
descubras), ya sean diarios, manuscritos, cartas ajenas y propias, dibujos,
etc., debe quemarse sin excepción y sin ser leído, así como también todo lo
escrito y dibujado que poseas tú o posean otros, a quienes tendrás que
pedírselo en mi nombre. Las cartas que no te quieran entregar tendrían por lo
menos que comprometerse a quemarlas ellos mismos. Tuyo, Franz Kafka».
Sin forzar la letra,
parece claro que Kafka se refiere a todo lo que de su obra estuviera en esbozo,
inacabado, en borrador, así como a las cartas que encontrara el amigo. Hasta
ese momento, Kafka había publicado los volúmenes Contemplación (1913), La
condena (1916), El fogonero (1913), La metamorfosis (1915), Un
médico rural (1920), y muchos de los relatos recogidos en estas obras,
habían sido publicados previamente en revistas, periódicos, suplementos y
almanaques checos y alemanes. La leyenda de un Kafka que no quiere dejar rastro
escrito de sí es eso, leyenda: “Debía vencer muchas resistencias —recuerda
Brod— antes de decidirse a publicar un libro. Pero eso no lo privaba de
experimentar una gran satisfacción al ver sus hermosos libros terminados, e
incluso al saber los resultados que obtenían”. En cuanto a la decisión de Brod
de no respetar la voluntad crematoria de Kafka, tampoco parece que éste
albergara dudas de que su amigo no solo iba a conservar sus papeles, sino que
los iba a ordenar y a buscar su publicación, como había hecho siempre. Max Brod
era su gran valedor, sin su tenacidad y su diligencia ante directores y
editores, el creador de Gregorio Samsa seguramente habría permanecido
inédito.
Demos ahora un salto
hacia adelante. Trasladémonos a la ciudad de Praga en los primeros días de
junio de 1924. Franz Kafka acaba de morir en un sanatorio austríaco. Sus restos
han sido trasladados en tren hasta la capital bohemia. En el Prager Presse aparece
una elegía de Max Brod y una necrológica de Oskar Baum, en el periódico judío Selbstwehr,
un texto de Felix Weltsch: En el diario vienés Narody Listy del 5 de
junio, Milena Jesenská traza un emotivo y certero retrato del escritor: “Era
tímido, temeroso, amable y bondadoso, pero los libros que escribió eran
terribles y dolorosos”. El 10 de junio, Hermann y Julie, los padres, publican
una esquela en el periódico: “Con la mayor aflicción anunciamos que nuestro
hijo, el doctor en Derecho Franz Kafka, falleció el pasado 3 de junio en el
sanatorio Kierling de Viena, a los cuarenta y un años de edad. El sepelio
tendrá lugar el miércoles 11 de junio, a las cuatro menos cuarto de la tarde,
en el cementerio judío de Strasnice.” Ocho días después del entierro, los
amigos organizaron un homenaje al escritor en el Kleine Bühbe (Pequeño Teatro,
en el que se representaban obras en alemán) con evocaciones, semblanzas y
panegíricos; Max Brod leyó la elegía por su amigo y el actor Hans Helmuth Koch
leyó dos textos kafkianos, «Un sueño» y «Un mensaje imperial».
Durante
esos días de duelo, Max Brod comenzó su labor de albacea. Consiguió de Dora
Diamant, la mujer con la que Kafka había compartido los últimos meses de su
vida, un cuaderno con bosquejos de historias y el manuscrito de La
construcción; de Milena Jesenská, 15 cuadernos de diarios y el original de El
desaparecido; finalmente, de Robert Klopstock, el amigo estudiante de
medicina que lo atendió en Kierling, el manuscrito de Josefina la cantante,
las llamadas “conversaciones” —notas con breves frases que Kafka escribía
cuando ya no podía hablar—, algunos apuntes para relatos y varias cartas.
También acudió Brod varias veces al piso de los padres en la casa Oppelt de la
Staroměstské Náměstí,
la plaza de la ciudad vieja de Praga, y recogió cuanto papel había en aquella
habitación de su amigo con vistas a la calle Pařižská.
Cuenta Max Brod que en
esos registros encontró una hoja amarillenta escrita a lápiz en la que pudo
leer:
«Muy querido Max:
Me temo que esta vez no
me recupere. Quizá tenga una neumonía después de un mes de fiebre pulmonar; a
pesar de que lo que escribo no lo puedo evitar, aunque puede influir en algo.
Esta posibilidad me
obliga a hacerte saber mi deseo póstumo con respecto a todos mis escritos.
Conservar únicamente las
obras siguientes: La condena, La metamorfosis, En la colonia
penitenciaria, Un médico rural, Un artista del hambre.
(Los pocos ejemplares de
Contemplación no hace falta destruirlos. Es un trabajo menor, pero que
no se imprima). En cuanto a los cinco libros y el relato que pueden
conservarse, no significa que quiera que se reimpriman para la posteridad; todo
lo contrario, si desaparecieran completamente, se cumpliría mi deseo. Pero ya
que existen, si alguno quiere conservarlos que lo haga.
En cuanto a los demás
escritos (todo lo que ha sido publicado en revistas, los manuscritos, todas las
cortas), todo lo que logres encontrar o conseguir de aquellos que los tengan
(conoces a la mayoría, sobre todo a N. N., N.), todo ello debe quemarse, sin
excepción alguna, y con preferencia sin ser leído. (Si quieres echarle un
vistazo, me parece bien; pero nadie más que tú debe verlos.) Te ruego hagas
esto cuanto antes.
Franz»
Qué hacer, se preguntó
Max Brod.
Cuaderno de Fran Kafka conservado en la Biblioteca Nacional de Israel |
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