En nuestro recorrido vírico por los diccionarios de
la RAE, recalamos ahora en la edición de 1853, en la que encontramos dos novedades:
a la llegada al diccionario de un nuevo miembro de la familia léxica —el
superlativo “virulentísimo”—, hemos de añadir recientes aportaciones
científicas a las descripciones, definiciones y sinónimos, que se mantienen
durante toda la segunda mitad del XIX, hasta la edición de 1899.
El
término “virulencia”, desde la perspectiva quirúrgica, se explica como “la
malignidad de las llagas o de la materia que arrojan”. En un campo más amplio,
señala la cualidad de virulento de algo, como se mantiene hasta hoy.
Finalmente, por tropo o sentido figurado, “virulencia” se empareja con
“acrimonia” y, a partir de 1884, con “mordacidad”.
Los
tres usos del adjetivo “virulento” —sinónimo de “venenoso”; calificativo para
lo que tiene materia o podre; metafórico, dicho de un texto—, también quedan
léxicamente asentados. Así, para señalar algo venenoso, nocivo o dañino, los
diccionarios han consagrado lo que podemos llamar el trío Pomaloca, es decir,
ponzoñoso, maligno, ocasionado por un virus o que participa de su naturaleza.
En su segunda acepción, poco ha cambiado la definición desde los tiempos decimononos
a estos nuestros, lo virulento es lo que tiene materia o podre. El tercer uso
del adjetivo, el figurado, ha consagrado el Arsa y Pomor, un cuarteto
inquietante aplicado al estilo, a un escrito o a un discurso oral: ardiente,
sañudo, ponzoñoso o mordaz en sumo grado.
En
cuanto al pater familias, el
malicioso virus que nos convoca, ya en 1853 se fijan los rasgos básicos de su
identidad y de su proceso biológico: “Principio desconocido en su naturaleza e
imperceptible a nuestros sentidos que es el agente del contagio y que parece
ser el producto de una secreción morbosa. Es un germen siempre idéntico que pasa
de un individuo a otro y que produce enfermedades enteramente idénticas”.
Tal
concepción se mantiene hasta 1899, año en que el diccionario ofrece una
definición generalista del lema: “Germen de varias enfermedades, principalmente
contagiosas, que se atribuye al desarrollo de microbios especiales para cada
una”. Por primera vez se habla en este artículo de microbios, constatando así
que los estudios y experimentos ópticos de los alemanes Ernst Abbe, Carl Zeiss
y Otto Schott, aplicados a los microscopios, están avanzando y perfeccionándose
en la observación de ese poblado y
alucinante micromundo de las bacterias, bacilos, virus y otros corpúsculos.
Tales avances se veían conformados en 1892 por Dmitri Ivanovsky, cuando
demostró que la enfermedad del mosaico del tabaco era provocada por un
organismo, un virus, sumamente contagioso, capaz de pasar a través de un filtro
Chamberland. Siete años después, el holandés Martinus Beijerinck corroboró el
experimento de su colega ruso. Esos filtros habían sido ideados por Charles
Chamberland, un estudioso de las enfermedades contagiosas y colaborador de
Louis Pasteur. En 1884, Chamberland fabricó unos filtros de porcelana porosa
que conseguían retener la bacteria Salmonella
tiphy, causante de las fiebres tifoideas, aunque no eran capaces de retener
otros organismos más pequeños, como los virus.
Poco
más avanzó la lexicología vírica durante la primera mitad del siglo XX. En 1956
se reformula el concepto de virus, pero se recurre a conocimientos que ya se
tenían cincuenta años antes. Se cambia por completo la redacción del artículo,
pero nada revelador hay en ella: “Cualquiera de los agentes infecciosos apenas
visibles con el microscopio ordinario y que pasa a través de los filtros de
porcelana. Son causa de muchas enfermedades contagiosas, como la rabia, las
viruelas, la glosopeda, etc.” Este artículo se mantiene invariable en las
ediciones de 1970 y de 1984, pero vuelve a cambiar totalmente en el diccionario
de 1985, que aporta novedades relativas a la estructura, componentes y
capacidad reproductora de los virus: “El organismo de composición más sencilla
que se conoce. Es capaz de producirse en el seno de células vivas específicas,
siendo sus componentes esenciales ácidos nucleicos y proteínas”. En la revisión
de 1989 se le añade la apostilla: “Es causa de muchas enfermedades”.
Y
así llegamos a la edición virtual del diccionario de la RAE que consultamos hoy,
donde ha desaparecido la primera acepción histórica de la palabra —“Podre,
humor maligno”—, que se mantenía desde 1803. En su lugar encontramos la
siguiente proposición científica: “Organismo de estructura muy sencilla
compuesto de proteínas y ácidos nucleicos, y capaz de producirse solo en el
seno de células vivas específicas, utilizando su metabolismo”. Como segunda
acepción aparece la de «virus informático». Por último, el diccionario nos
remite al «virus de inmunodeficiencia humana, VIH».
Acaba
aquí la ruta de los virus, un rápido recorrido histórico —un progresivo
acercamiento a la realidad, un ahondamiento en la superficie del mundo, un zoom
vertiginoso hacia esos seres diminutos, mutantes, que también pueblan la
realidad, que nos acompañan desde el principio de los tiempos, y que de vez en
cuando siembran el pánico, la enfermedad y la muerte entre nosotros—, una
galopada por los diccionarios académicos que podríamos sintetizar así: «Virus,
de la materia visible a la invisible».
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