A mi sobrino Javier
Confieso
que yo mismo tengo dudas a la hora de llamar a ese bichito que nos dio jaque en
diciembre de 2019, cuando saltó de un animal, posiblemente un murciélago, a un
humano en el mercado de la remota ciudad china de Wuhan. ¿Lo llamaremos
simplemente virus, así, a secas? Si nos limitamos a usarlo solo, con frases
como En España hay tantas personas
afectadas por virus crearemos confusión, porque nadie sabrá si estamos
hablando de todos los virus posibles, que son unos miles, o de uno concreto y
específico, con nombre y apellidos, por así decir. No añadiremos más claridad
si echamos mano de los artículos. Al decir Hay
tantas personas afectadas por un virus tampoco saldremos de la imprecisión,
y quien nos escuche caerá en la incertidumbre. Podemos acudir también al
artículo determinado, y remachar incluso su valor anafórico con un deíctico (el virus; el virus ese), dando por
supuesto que nuestro interlocutor conoce la realidad aludida. Nadie que en
estos días lea o escuche un titular como «Últimas noticias sobre el virus»
dudará a qué virus se alude, pero traslademos el titular a varios años
adelante, o atrás, es decir, cambiemos la situación extralingüística, y
aparecerá la duda y la pregunta: de qué virus se está hablando.
En
los medios de comunicación y en las conversaciones cotidianas se ha entronizado
el término coronavirus, que tiene
apariencia más científica, aunque no deja de ser un nombre común, es decir, que
designa, sin individualizarlo, a todos los seres de su especie. Nombre común,
pero con mayor alcance significativo que virus. Dicho en términos semánticos:
virus es hiperónimo de coronavirus, y coronavirus es hipónimo de virus, como
ave es hiperónimo de águila, y gato hipónimo de felino. Coronavirus es una
palabra compuesta propiamente dicha, con unidad ortográfica de sus dos
elementos, que alude metafóricamente a la semejanza entre la envoltura
espiculosa del virus en cuestión y la corona lumínica del Sol. Digamos que los
coronavirus son un viejo clan, una rama familiar dentro de una familia más amplia
cuyos ancestros se remontan al siglo IX a. C., y que a su vez tiene sus propias
ramificaciones. Mayor precisión semántica, pues —los coronavirus, que tienen a
su vez cuatro géneros o tipos diferentes, pertenecen a la familia de los coronaviridae, tienen una envoltura, son
monocatenarios (portan una cadena sencilla de ácido ribonucleico [ARN], de signo positivo—,
pero al fin y al cabo nombre común es, no singularizador, como nuestro nombre y
apellidos.
https://www.scientificanimations.com/wiki-images/ |
El
nombre propio de ese individuo maligno lo hemos leído o escuchado en más de una
ocasión, pero no ha fraguado en la lengua común de la ciudadanía —¿Dificultad
en su articulación oral? ¿Dudas entre leerlo como una palabra o deletrearlo?
¿Simple confusión e identificación de la enfermedad con el causante de la
misma?—, y solo se utiliza en contextos científicos. Se trata de un
acortamiento formado por tres elementos unidos por guión: la sigla SARS (Severe Acute Respiratory Syndrome, ‘síndrome respiratorio agudo
grave’); el acrónimo CoV (Corona Virus), y el número 2, para diferenciarlo de su
primo hermano, que lleva el 1. Ese es el nombre del bicho, SARS-CoV-2, que
quizá hemos preferido no pronunciar por un miedo atávico a nombrar por su
nombre lo malo, a mentar la bicha, la cuerda en casa del ahorcado.
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