Hoyuelo en la barbilla en punta, cejas finas en circunflejo, ennegrecido el rostro y el humor, mono azul. Su herrería estaba al fondo del segundo patio de los pabellones y no quería vernos cerca de su fragua. Si la pelota rodaba hacia su rincón se la quedaba y de su boca salían truenos y relámpagos.
Chispas de sus ojos.
Siempre andaba de mal humor con los niños.
En las tardenoches negras del invierno el patio se iluminaba con los relampagueos azules de la soldadora. Lo llamábamos el Demonio.
*
Nunca desde la muerte de su madre
había vuelto a sentirse tan triste, tan desilusionada, tan a flor de piel las
lágrimas como la primera vez que él llegó bebido a casa y se puso esaborío,
y con la excusa más tonta empezaron las voces y los malos modos.
El camino a la desdicha, al desinterés.
La desposesión de su identidad, su exclusiva consagración a la casa, al marido,
a los hijos.
Él reprodujo el modelo. Ella lo asumió.
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario