Pasaba luego al motivo principal de su carta, que nada
tenía que ver con la biología molecular, sino con las metáforas y los ritmos, pues
me informaba de la afición que desde niña mostró por los versos, inclinación que
ha seguido cultivando como escritora y como lectora hasta hoy, y de la
publicación de una plaquette con doce textos en los que reflexiona sobre
el hecho de la creación lírica. Finalmente me pedía mi dirección postal para
hacerme llegar un ejemplar de su primera obra impresa, en agradecimiento a “la
claridad sintáctica y al amor por los endecasílabos” que fui capaz de
transmitirle.
Sin más preámbulo, y con mi agradecimiento, aquí sigue
el primer texto de Bioquímica del ritmo, ópera prima de Luna Veredas
Torralvo (Torrecampo, 1996).
La
joven poeta
Hacer
palabra el mundo,
ser memoria y sueño,
transformar la vida en mito,
en renaceres y en otoños.
Hacerme palabra yo también.
Celebrar la inmensa canción del mar,
el yo que tú eres,
el tú que yo soy,
el nosotros del amor,
la melodía de los adentros de la soledad,
el último sol de la tarde,
la primera fragancia del azahar,
el herrerillo cantando en el árbol seco.
Las tardes de lluvia y versos,
una niña que sueña el verano,
la bandera de su inocencia,
el brillo, la luz, de sus ojos.
La dulce sombra de las acacias,
el primer baño en el mar,
la raíz de las cerezas
en busca del blanco y de lo rojo,
el sol de invierno
a raudales por las ventanas,
las lluvias mil de abril,
un batir de alas en la niebla,
el demorado abrirse de una rosa,
la nostalgia de ti, amor,
sin conocerte aún.
Desterrar sombras.
Construir luz.
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