Hoy es cinco de enero. Después de comer he salido con mi hija para completar nuestros regalos de Reyes. Paula acaba de cumplir 17 años y no desperdicia ocasión de llamarme viejo, calvo, gordo, cateto y demás cargos que los adolescentes arrojan a sus padres. Esta tarde me perfumé para salir con ella, colonia Fahrenheit, pero lo que a mí me huele a rico, a ella le parece otra cosa:
- Hueles a viejo.
Cuando no es el aspecto físico o la forma de vestir o de mirar y gesticular, es el memorial de agravios, y allá que entran a saco los hijos y nos dan el hachazo, como ellos dicen.
De vuelta a casa, Paula ha tirado de su listín de temas para zaherir a papá. Le tocó a los cigarrillos:
- Estoy en trámites –le aseguré, pensando en la casualidad de haber empezado este cuaderno anoche.
- Todos los años dices lo mismo y todavía fumas.
- Hagamos una apuesta. Te aseguro que voy a dejar los cigarrillos. Estoy en trámites, de verdad.
- Vale. Si dejas de fumar, yo dejaré de meterme contigo.
Me froté las manos ante las expectativas: mi hija dejará de lanzarme puyas. No me digan que no le ven las ventajas.
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